lunes, 13 de marzo de 2017

Una forma de vivir más auténtica

Bar escondido en el centro. Toco el portero, se ve para adentro. Unos hombres acomodando el micrófono, los bafles y una mesa improvisada a modo de escritorio. Todo delante de la barra, en cuyo trasfondo reluce la máquina de café y las tacitas blancas apiladas.

Alguien me registra desde una mesa. Saludo a dos mujeres, creo recordar la cara de una de ellas. No soy visual, no es mi fuerte retener rostros. Mi mente sólo se ocupa de palabras, las recuerdo perfectamente, porque le pongo oído a todo, y si no quiero, lo digo. Stop, y hablemos de otra cosa. O simplemente silencio.

Va cayendo más gente. Postergo mi cortado, tengo que respetar la dieta y los horarios. A esta misma hora, se junta mi grupo de Liniers, para bajar los kilos que nos sobran. Esos que quisieron comer nuestras angustias, pero que los rollos develan.

Aunque ahora estoy aquí, disfrutando, de algo nuevo. Todos comparten mi gusto por la escritura. No sé bien lo que es un taller literario, porque jamás he ido a uno. Hoy es un encuentro para la presentación de libros. Llegué aquí porque al rozar el año, los conocí en un curso sobre técnica de cuentos. Es que si no aprendo de formatos, nunca sabré lo que estoy escribiendo. 

Las frases salen sin pensar. Como brotan del teclado, como salen de mi cuerpo. 
Siempre fue así, como un juego. 

Escribo porque me calma, me relaja, me fluye. 
Es como la cascada en donde mojo mis pies. 
Es el café íntimo, que comparto a través del blog, sin preguntar quién lo toma amargo o con azúcar.

Son esas anécdotas que me delatan, me encienden los cachetes, y me enlazan a los seres que como yo viven, sienten y piensan.

Vuelvo al  bar cultural, otra vez me he ido con mi mente... 
El evento comienza cuando una mujer presenta su texto. Me encanta la tapa que ha escogido. Una vieja máquina de escribir, dibujada a modo de historieta, con un corazón rojo sellando el blanco de una hoja. 
Ella, ha venido feliz y sonriente, acompañada de su familia. Las improvisadas fotos hacen sus deslices. 
Otro hombre, hace lo mismo luego, con su libro mayoritariamente de fotos. Sin querer, me ha llevado a esa excursión que, a los ocho años, hice con el colegio. Y así como yo, todos, sin saberlo, pensamos en visitar Areco. 
Una vez más, los flashes de los celulares iluminan los rostros agradecidos de los autores.

Para darle un toque de color, varios de los participantes hemos llevado libros para el sorteo final. Una excusa para irnos con obsequios. De los cuales, gano uno por suerte.

Luego, otros más osados pasan con sus papeles a leer distintos fragmentos de sus inspiraciones. 
No sé si hay música de fondo, porque no la escucho, sólo descubro tantas anécdotas como han sido diversas sus autorías. Es curioso, pero cada uno nos ha transportado a pequeños trozos de sus vidas o de sus ficciones, en esas prosas y poesías.

Llega mi cortado calentito. Me he olvidado de todo, por completo desde el primer minuto. Porque estoy ahí, disfrutando de este momento nuevo, de esta calidez que me compenetra.

Disfruto inmensamente de las palabras de Marita, siempre  tan sabias, elevadas pero a la vez sentidas. Ella es quien nos ha impartido el curso aquella mañana tórrida de principios de enero.

Y hoy estamos ahí, todos deseosos de que salga nuestro compilado, al que he contribuido con una anécdota bastante poco desapercibida. Es el monito que se tapa los ojos, el emoticón del whatsap que en este momento, me viene a la cabeza.

Pero no podría escribir de otra manera. Porque si no es jugada, no está viva. Si no voy al fondo, no me moviliza. Siento que es la única manera de estar cerca de aquellos que como yo sienten.
Y así como suelto lo que pasa, fluyo y me libero.

Y liberarme, me saca esas cáscaras que me tapan, que no me dejan ser.
Entonces me sacudo, reflexiono, intentando cambiar aquello que no puedo, pero que quiero.

Y si logro cambiar, me re conecto. Con esa verdad infinita, inquebrantable, sólida, que según quien las mire, las oiga o las huela, tendrá caras distintas, y novelas diversas. 

Pero mi apuesta va más allá. Entonces, mi pregunta es... si los poetas logran tocar con su varita, cada ángulo o espacio de hielo, ¿podrán derretir la ambigüedad o la indiferencia y convertir a esta sociedad hacia una forma de vivir más auténtica?