lunes, 30 de abril de 2018

Cuando no importa que se ofendan

Hablar de lo que mejor no recordar.
Hay temas que no tienen sentido.
Entiendo lo que pasa y porqué me comporto así. Es cuestión de supervivencia.
No me gusta revolver, porque sé que no puedo resolver.
Sé que la solución está en una flor de Bach, ¿pero cuál elegir?
Quiero vivir liberada. Necesito vivir como antes. Hace 25 años cuando tenía energía para todo, cuando estaba realmente viva.
¿Quiénes nos minaron los sueños? ¿Por qué nos dejamos derrotar? ¿Cómo recuperar el placer de estar vivo?
No voy a juntarme con gente que me hace mal, que me maltrata o condiciona, que no me deja ser.
Cuando las amistades son padeceres, prefiero salir sola.
No me cuesta nada hacer amistades, hablar con quien me atrae. Lo he experimentado.
Este es un tiempo para elegir y elegirme.
Un tiempo para decidir por mí y por lo que me hace bien.
Los amigos verdaderos no te juzgan, no te condicionan, no te ningunean.
Hoy elijo priorizarme, quererme y olvidarme de los que me hacen mal.
Es mi tiempo. Es mi derecho. Es mi alegría. Tengo que acrecentarla. Nadie lo hará por mí. Nadie.

sábado, 28 de abril de 2018

El guión se escribe afuera

Música, bullicio, un montón de gente cenando en las mesas de la pista, que se desarmarán para cuando arranque el baile.
Esta noche recorrí los cien barrios porteños.

En la tarde fui a la peluquería. Justo a punto de peinarme, después de larga espera, me  decidí por el alisado. Es que la humedad lo hacía indomable. Ya para esto, mi compañera se bajó del plan, porque a última hora tuvo una reunión de trabajo. En ese momento, la tormenta hacía sus primeros flameos en las hojas de los árboles. Entonces pensé, si Ariana no va, y saliendo en medio de la lluvia sin paraguas, no hay brushing que aguante. Saqué mis frascos con los químicos, adiós conferencia y prioricé mi belleza. ¿A quién no le viene bien un tratamiento estético, sobre todo con este pelo?

Pero la peluquera fue más rápida que un bombero y a las 6 pm estaba en casa. Capuchino al paso, mientras me cambiaba. Dudoso clima, milagroso llegar de Morón a Recoleta en una hora, con entrada gratuita, sujeta según la capacidad de la sala, para ver a Campanella y a su maestro José Martínez Suárez.

El milagro se dio, llegué pasando  por el 97, el tren, el subte H y el 102. «Es por esta calle donde vas vos» dijo el chofer, y agregó «Esta zona es muy segura porque está lleno de embajadas».
Por fin di con la casa de Victoria Ocampo, e ingresé a la charla. Espectacular. Me encanta escuchar estos tipos que hicieron y hacen cine. El señor ochentoso, de un humor mágico. Pícaro, resuelto, y desafiante. Me preguntó si lo iba a guardar, cuando le pedí un autógrafo.
Un rato antes, cuando nos permitieron interrogar, lancé la primera pregunta a Campanella: «¿Qué fue lo que te enganchó para querer hacer otra vez esa película? Me dijo que si me lo decía, me la contaba. Pero para no dejarme con las ganas, señaló que el guión estaba lleno de sorpresas, y que le gustaban esos personajes de edad avanzada porque estaban llenos de experiencias.

Una vida que amenaza, decía el cineasta, refiriéndose a estos ilustres protagonistas de su film. Y  me hizo pensar que cuando estiramos el tiempo como un chicle, por no vivir como queremos, quedamos pegoteados.

Salí del la exposición, plena, sin saber adónde ir. ¿Costanera o Nuñez? ¿Chetísimo o clase media? ¿Lugar casi nuevo, o viejo conocido?

Caminé para tomar el 160, cuando me chistó una rotisería de empanadas tucumanas. Hasta los perritos mimosos, paseados por sus dueños, movían la cola al pasar por la puerta. Pedí un par y las saboreé mientras caminaba.

Como era temprano me fui a un bar de helados artesanales.

Luego, retrocedí para tomar el 160 y a tirar la moneda. Que el destino decidiera. Me llevó al restó del sábado pasado. Esta vez no tuve suerte, me rebotaron a mí, y a un par de tipos lindos sin mesa reservada. Una chica altísima llegó y la hicieron pasar por conocida y porque unas amigas adentro la esperaban. Mmmmm... sin palabras.

Caminé algunas cuadras por la Costanera. Parejas, familias, amigos estaban con sus cañas de pescar, y el picnic completo.
Cuando el talón me avisó que no quería patear más, me tomé un taxi hasta la cancha de River. El conductor, delatado por su acento raro, me confesó que era oriundo de Armenia.

Con la excusa del pipi-room me permitieron pasar antes de tiempo, mientras transcurre la cena informal, y aquí estoy, sentada, escribiendo esta reseña. ¿El mundo está aquí afuera, no? Hoy salgo a buscarlo.



sábado, 7 de abril de 2018

Receteandome

Al atardecer, luego de la lluvia, aproveché para revisar el libro que quedó olvidado el año pasado. Pude verlo más de lejos, desapegado de cosas que están en mi cabeza pero que en ese momento no pude transmitir para que el futuro lector entienda. Quizás porque conservaba ataduras de la historia que me tenían atrapada, sin poder soltarlas.
Desprenderse y no ser juez de uno mismo es tan liberador.
Todas las cosas que quiero lograr un sábado a la mañana, no puedo postergarlas más. Tengo que hacer lo importante, porque lo otro puede esperar.
Es hora de vestirme, y salir a caminar.