jueves, 25 de enero de 2018

Camasutra $6000

No pude dormir casi. Habré conciliado el sueño a las 4 a.m. Era una difícil decisión, no lo conocía apenas lo había visto una vez. Me gustaba, aunque cuando escribí su nombre percibí que era hermético, tenía hijos, una familia, una esposa, y quizás una mujer más... ¿una amante? ¿Era gato?, como dice Sil... Quizás. Mi Virgo ingenuo muchas veces no ve. Lo único que percibí fue una angustia, y cierta preocupación por su madre.

Como no podía dormir, le entregué todo a la Virgen, si no tenía que ir, sería porque él no pudiera, no yo. Hice lo que nunca, un acto mecánico hipnotizador: contar ovejitas, y funcionó. Desperté a la mañana, con el sol entrando por mi ventana que da al jardín delantero, en este paraje natural y agreste del faro marplatense.

Estaba nerviosa, ni comer quería, a pesar del grato encuentro con Stella. Un liviano almuerzo, cercano al lugar, para llegar a horario. Mi sonrisa se lo merecía. De ahí, puntualmente partí y asistí a la hora acordada.
Él estaba con un atuendo de un color poderoso, «Mmm qué rojo violento» bromeé. «Estoy hecho un torero» rió sorprendido por el chiste. Fui más lookeada. La primera vez que nos vimos yo estaba en short y zapatillas. Esta vez, me delineé los ojos, me puse unos pantalones negros con finas rayas blancas, remera negra ajustada y sandalias doradas. A continuación, me recosté, y como un acto casual, me solté el pelo.
Hablamos, y me dijo que le preguntara todo en ese momento. Le comenté que no había dormido casi nada, y me preguntó «¿Por qué? ¿Tenías miedo?». ¿Cómo explicarle que era toda una decisión, casi sin conocerlo, que tendría que viajar varias veces más para verlo...? Se lo redondeé a mi manera, no quería entrar en detalles, pero sí hacerle saber mis dudas, y prejuicios. Con amabilidad, despejó todos mis temores. Cerré los ojos, y me entregué.
Sus ojos pequeños, de a ratos, eran espiados por los míos. Preferiría no ver, y dejarme llevar... «Mordé con ganas» me decía, y me hacía reír. No me lo digas dos veces, pensaba yo... Recordé el «puta madre» que decía mi hija el otro día. «Madre sí! ...pero de puta no tengo nada, porque hace meses que no tengo sexo» le contesté a mi adolescente, en estos días, riendo.

Sus dedos rozaban mis labios, y mi boca era completamente suya en ese momento. Preocupado por no hacerme doler, por no lastimarme. «Abrí... cerrá... abrí». Yo era su gueisha. «Hago lo que me pidas» pensaba, y obedecía con tal de que fluyera.
Mencioné, al pasar, una experiencia, y le conté que ese fulano parecía importarle más el dinero que mi bienestar. Ese breve relato, tan sincero, lo afectó de alguna manera. Se notó en algún gesto, en su ceja que se arqueó, cuando su rostro estaba sobre el mío.
Luego me mostró todo,  y mientras se esforzaba por hacerme surgir mi mejor sonrisa, acordamos aproximadamente, cuando volveríamos a vernos.

Salí de ahí, flotando...casi como en otra dimensión.
Había sido impensable tener que visitar al odontólogo durante mis vacaciones.

martes, 2 de enero de 2018

Colores de cambio

Ese tiempo de desear amor, se ha ido. Aunque la magia de esa ansiedad por ser amada, la revivo en estas dos películas románticas (Nothing Hill, y la anterior que la protagonista contrata un novio por catálogo para asistir a la boda de su hermana, ¡qué bombón por cierto!).
¡Cómo me he despegado de todo ese sentimiento → el amour!. No sé si es tranquilidad, resignación sin gusto a nada, o un popurrí de vivencias que me han puesto en un punto muerto, y aunque la caja de cambios esté partida, como la del auto de mi sobrino, siento unas ganas de cambio. Teñirme de pelirroja, o hacerme unos mechones chocolates para salpicar este rubio que no es mío, aunque me lo han prestado hace años. La magia de los pinceles y las tinturas se dejan doblegar por mis manos que apenas disimulan lo mejor posible en la nuca, ya que no veo lo que hago. Y me pregunto: ¿Cuántas veces no veo lo que hago? ¿Dónde voy, en el rumbo de mi vida? ¿Cuántos kilos demás desviaron mi atención a través de los dulces, para apagar una sed de pasión que ya ni recuerdo?

Los bemoles de un nuevo porvenir piden a gritos ser tocados. No afino los violines, porque son tristísimos cómo suenan. Prefiero un pop, un reggeton divertido o una cumbia bien arriba.

¿Podré hacer el cambio? Volver a Alco, volver a salir, atreverme a estas pequeñas vacaciones en Mardel, jugar un poco a vivir para resucitar la chatura, la pena ahogada de pasados amores que no pude sublimar. 

¿Tanto me cuesta atarme a una dieta? Tengo ocho kilos demás, he aumentado todo lo que bajé el otro verano. Dejar de salir, me ha descuidado.

Estoy pintando mi casa, como una manera de ponerle color a esa vida que debo vivir sin tensiones, sin resguardos. Comencé por el patio hace unos meses. Luego abandoné la tarea cuando se afectó mi ojo. Pero volví a las andadas y le puse toda la paleta de esmaltes sintéticos que me ofreció la pinturería de unas cuadras. Y todo va cobrando más alegría, como la que espero poner a mi vida en este 2018 que arranca.