viernes, 21 de febrero de 2020

Sabores madrileños

Hoy es el primer paso de muchos. Vengo a sacar el pasaporte.
Pero antes, un refugio, un café a solas con el mundo. Un conito y cookies de chocolate, como se dice ahora.
Después almuerzo con Diego.
También voy a inscribirme en un curso de informática, pero cuál? Hay tantos.
Juli tramita la ciudadanía.
Los idiomas son fundamentales.
A media cuadra, me crucé a una guía de turismo, hablando inglés, tarea que puedo hacer perfectamente si me pongo las pilas.
Llevo mi libro de portugués. Hay que saber un poco de alemán e italiano, aunque sea para saludar o decir gracias.
¿Por qué estos cafés solitarios me traen tanta paz? Sólo me pasa en microcentro, una atmósfera especial a oficinistas y encuentro.
¿Es el amor una posibilidad madrileña?
¿Estoy soñando o enfocándome en algo que va a ser realidad? Un matemático diría, hay que ver la probabilidad. Un coaching, te diría: «Just do it», como el slogan de las zapatillas que te invitan a entrenar, a creer que el mundo es tuyo mientras corres con el ácido láctico, brotando de tus piernas.

Pienso en Fede y en sus viajes. Sus cuadros, su fetiche comerciante.
He pintado los otros días, sobre unas maderas, a los que denomino la trilogía de la fuerza interna, de la suerte, de los deseos emergentes.
El más lindo es una pintura violeta con trozos de mica que me dio el tío Lionel una tarde junto a un río, quizás en Cruz de Piedra, no recuerdo bien. Este cuadro tiene la fuerza de Plutón, para romper con las ataduras y resurgir.
Luego hay otro, donde las gamas de los celestes como olas, camuflan nuestros dos carnets de Jáuregui, del club náutico El Timón, mi lugar favorito, mi pequeño escape de naturaleza y bosque, donde el río tiene la generosidad de cercar el borde derecho del club. Allí escolta mis chinchorros para que me sienta segura al remar. Mientras las pequeñas canoas de los niños, o los remeros expertos, pasen en este espejo fresco, divisando las tortugas recostadas en pilas de seis u ocho, cual cartas de un dominó, sobre los troncos que rozan el agua, en la orilla de enfrente.
Ojalá salga la beca, o pueda viajar y establecerme de algún otro modo, junto a Julieta, para que ella pueda hacer lo que le gusta, y yo también.
Alma viajera, hay mucho por recorrer.




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