domingo, 8 de marzo de 2020

Mi Cuba libre

Acabo de cambiar el fondo del  blog. Está lleno de corazones. ¿Esto no es muy sentimental? pregunto en voz alta, y mi hija contesta: "¿Ese no es el punto?".
Claro, lo que ella no sabe es que a mí no me gusta exponerme.
Y este estampado me vende. Me delata, y a mí me cuesta mostrarme sensible.
Bastante  con lo que de verdad siento.

El viernes paseamos por toda la ciudad. "De boliche en boliche, me gusta la noche, me gusta el bochinche", decía una canción que escuchaba cuando tenía cinco años.
A la segunda disco, yo no estaba dispuesta a entrar. Me iba a quedar sentada en la mesas de afuera, frente a la cancha de River. Pero las chicas convencieron a la que vende los tickets, y entré free.
Es que no daba dos mangos por ese boliche. Y ahí estabas vos, mi cuba libre.

Un bombón médico, lindito, amoroso. Me dio vuelta la noche. Me sorprendió en charlas.  Un capricorniano que le sacó ficha a mi colgante de la llave. Alinear los chacras, dijo. Hasta sabía de los tests que tomo porque trabajó en medicina laboral. Para rematarla, practica aikido. Me mordí los labios para no contarle que mi primer intento de novela no publicada, se llamó "Amor y aikido".
Pero no todo tiene color de rosa como este blog recién actualizado. El muñeco venía con yapa, con sorpresa. Casado, tenían un acuerdo con su mujer, que cada uno es libre, que puede hacer lo que quiere. Con ella tiene dos hijos, de 8 y 12 años. Con la primera, su verdadero gran amor, una hija de 21 años, que vive en Cuba, y cursa tercer año de medicina.

Dijo que su pareja había salido, y que cuando ella llegó, él estaba despierto y con dolor de cabeza, que salió para despejarse. Yo no estoy acostumbrada a estas cosas,  ustedes saben. Para mí la fidelidad es algo espontáneo, natural, y se sostiene de genuino sentimiento. Si tengo ojos para otra persona, es que ya no me interesa.

En fin, intercambiamos teléfonos, pero no me da para escribir. Imaginate, tiro un mensaje y le llega a él, con la mujer al lado. No quiero importunar a nadie. Aunque lo pensé todo el fin de semana, y todas las ocurrencias de mensajes, se quedaron latente en la punta de mis dedos.

La otra cara de la moneda, es que si tienen ese convenio es posible que ya no haya nada. Sólo vivir juntos por lo económico y por la practicidad con sus hijos.

Pero la verdad me quedé pensando en algo. Imagino la escena de esa noche: la mujer se fue de juerga, con sus amigas, o con algún chongo y venía del telo. Él la vio llegar, rozagante, feliz, con alguna copa entonada. Y se sintió mal, algo no le gustó. No se lo bancó. Quizá ya no haya sexo entre ellos, o hacen el amor como algo mecánico o vacío. O si son perversos, se calientan con estos deslices. Pero este último pensamiento no me cuadra en este guión que pienso. Para mí, se rajó, vengativo, sediento, perplejo.

Se puede estar atrapado en un casamiento, o en una convivencia muerta. Y eso sí que es difícil. Salió a reventar la noche y se cruzó conmigo: caradura, espiritual, sensible. Con mis chistes, y mis preguntas directas. Por cierto, la diplomacia no es lo mío.

Me invitó a irme con él, era tentador, pero no quise. Aunque sí, me gustaría volver  a verlo. ¿Dios me permitirá hacerlo?
O más bien yo, ¿me decidiré a escribirle?

Sé que tengo que tomar decisiones, porque los dientes me están matando, me duelen y estoy con antibiótico. Y como dice Artemis, cuya serie/documental, vimos en Netflix este finde, "No hay tiempo para tener vergüenza".

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