domingo, 17 de mayo de 2020

Bares del amor

He pasado la semana, exactamente desde el domingo pasado cuando me levanté, con el termotanque que perdía, un gran charco de agua en la cocina. Finalmente, hace tres días que han instalado uno nuevo, pero hay algo que sigue perdiendo. No sé si el plomero me está chamullando, pues ayer vino nuevamente y dice que los caños de arriba no pierden, y que el agua que brota como un manantial, de abajo de la torre de ladrillos grises, que están apilados como base del termo, quizá se deba a otra cosa, a los caños internos que van al baño. Bue... ¿me vio la cara de ingenua? En fin, tendré que subirme a la mesada más tarde, a ver si aún gotean. Son caños expuestos, así que no es tan difícil, ni tan enredado como para hacerme semejante verso.

La cuarentena se ha transformado en casi sesentena, y se calcula que esto va para largo, salvo que ocurra un milagro, una vacuna, o que el virus mute, se haga benigno o desaparezca.

Por suerte, hemos comenzado a trabajar en la clínica, y eso es un aliciente. En cambio, el trabajo de la tarde es escaso y a distancia, y no le he podido dedicar tiempo esta semana, porque averiguar un electrodoméstico hoy en día, que te quieren vender todo por internet (y entregártelo a los quince días), ha sido una odisea. Por suerte, conseguí un lugar donde pude entrar, elegirlo y llevarlo con ayuda de Agustín, el remisero que nos fue a buscar a Ezeiza en diciembre pasado, cuando veníamos de Brasil, y que resultó ser mi vecino que vive a tres casas, a la vuelta. La verdad que no lo conocía. Fue una peripecia meter el termo de ciento veinte litros en el auto y llegamos a casa, como dos fugitivos con una puerta del coche semiabierta, porque no había forma de que semejante armatoste cilíndrico cupiera. 

Tuve que dejar de andar en bici porque me duele el coxis. Así que esta semana me pasó a buscar Matías, con la fiorino, una pequeña ambulancia de la clínica donde trabajo. Es agradable charlar con él, pero siento que me falta hacer ejercicio. Cuando me recupere, tendré que invertir en un asiento nuevo para la bicicleta y añadirle un cubreasiento gelificado para que se amolde a mi cuerpo y evitar los dolores.

Hoy me pesé, y como ayer no hice torta, bajé a 79,1 kgr. Aunque bajar todos los kilos demás que tengo, es una prioridad que debo ejecutar sin chistar, sin peros, y sin retrocesos. Pues si voy a esperar enamorarme para que se me quite el hambre o la ansiedad, no se cuánto tiempo más pasará. Tiempo sin amor, es vacío y aburrido. Sabor tan cotidiano, que ya ni siento su ausencia. Creo que sólo un milagro de los cuatro arcángeles (Rafael, Gabriel, Miguel y Uriel) podrían traerme justo ese amor que ya es hora de que aparezca. Abracadabra... necesito sonreír por algo más que un pallet bien acomodado en mi terraza.

Ya no sé qué es ese estado amoroso, donde un mensaje, un hombre de carne y hueso se preocupe  por vos y te abrace, se materialice. O sea, que sea algo más que ciencia ficción. 

Anoche terminé de ver la miniserie "Valeria" en Netflix. En un momento, la protagonista escribe una novela, y su editora le aconseja que el personaje de su texto debe dejar de oscilar en indecisiones, debe tirar la chancleta, cortar con el matrimonio y jugársela por su amante. Valeria le explica que es una  decisión "muy difícil de tomar" dejar a su marido (que además, nunca la alentó en su escritura, y que tienen un sexo escaso y malísimo porque, cuando sucede, él acaba enseguida).

Bueno, cómo decirte que esas postergaciones, me hacen acordar mucho a mí. Ver pasar la vida, no concretar, no sentir ese gusto del amor que tanta falta hace, y que ya no hay cartas de menú donde elegir, porque todos los bares del amor están cerrados.

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