viernes, 8 de mayo de 2020

Sensaciones de libertad

Cielo celeste puro, distingo desde mi ventana, planta baja, léase. Lo más alto que llego en mi hogar, es a la terraza. Ayer he jugado a los "mis ladrillos" (o los rasty) con los pallets. Volví a sacar uno que le falta pintura, y con cada lluvia pienso cuánto se estropea, y lo cambié por uno pintado de rosa, fucsia matizado con un blanco apenas entintado de estos tonos románticos. Es decir, mi terraza tiene sus barrotes de hierro en forma de caño horizontal, pintados de blanco, pero no sólo pasa el viento, sino que te conviertes en el escenario perfecto de toda la manzana. Entonces, una colección de pallets que he ido recolectando y pintando de distintos colores conforman una especie de tapiales, y el resto se han convertido en sillones o reposeras gigantes (sólo por superposición, sin ningún tornillo o clavo, montados sobre ladrillos grises huecos, que me permiten barrer abajo). 
Cuando hago esta muralla china, más bien, morenense, es como jugar con los "rasty" o los famosos "mis ladrillos". Pues, es todo un arte encajar los pallets, con otras tablas que tengo y pequeños trozos de madera, para que no los mueva el viento, y la muralla me de cierta privacidad e independencia de la ciudad que nos va envolviendo.

Vuelvo al piso de abajo: fondo celeste con recortes de un edificio de cinco pisos, y de las tejas vecinas, es lo que distingo además de mi patio de dos metros que separa el living y mi dormitorio, de la casa vecina. O sea, estoy media internada aquí abajo, y ver un trozo de cielo es un premio que cualquier terrestre se esforzaría por ganar. 
¿Por qué veo el cielo desde acá? Porque fue el año pasado, cuando vino Horacio, amigo de la infancia, a arreglar la persiana, que ya no tenía retorno, estaba algo rota y se trababa. Descubrimos que si la levantábamos a tope, podía ver el cielo desde el living. Entonces, le dije "¡Saquemos la persiana!", y  un pedazo de sol y de hermoso cielo, se convirtió en la pintura exterior de un Monet que no tiene precio. 
Es que vivo en un ph independiente, y el terreno que me pertenece  tiene forma de letra C mayúscula (desproporcionada): un patio y un garage transformado en consultorio adelante, luego un pasillo que conduce a mi casa en el fondo. Ese pasadizo de dos metros de ancho, está bordeado de canteros con plantas; tomates, malvones rojos, jazmín, lazos de amor, lirio de un día, y un aloe muy erguido que remata con una mesada y pileta, que se enmarca con un hibiscus de flores rojas que hace pareja con una glicina que desborda de flores violetas claras o lilas en primavera y verano.

La terraza funciona todo el año menos en verano, donde las temperaturas la convierten en un asador viviente, intolerable para los humanos, y para las plantas que debo bajarlas en cada temporada. 
Vivo aquí desde 2011, y el piso exterior  de ese sector es una cuota pendiente. Averigüé sobre las baldosas atérmicas, esas que se usan para los bordes de las piletas (piscinas, se dice en otros países). Pero cada baldosa pesa 15 kilos y además hay que hacerle una carpeta de cemento. Puede que sea mucho peso para este techo.

En un libro de bricolage, encontré que con paños de fibra de vidrio disminuye el efecto de la temperatura. Pensé en colocarle eso al piso y arriba una cerámica. ¿Será posible? ¿O caminaré en un techo muy esponjoso? 

Estoy contenta, ayer fui a trabajar. Es el tercer jueves. Si bien genera un estrés, por todos los cuidados: antiparras, barbijo, guantes, salir de casa hace bien. Sobre todo el viaje en bicicleta, ocho kilómetros, cincuenta minutos (a veces menos), pues no puedo ir tan rápido ya que debo ser cautelosa con el tránsito. 
Andar en bici es una sensación de libertad, como nadar en el mar, como remar en el río de mi club de Jaurégui, como caminar en la playa. 
Son esas sensaciones de paz, de inmensidad, de movimiento, de contacto con la naturaleza, sin intermediarios. 

Anoche Fabi me pidió un video para el cumple de Flavia, una compañera de primario y secundario, que se mudó a Santa Rosa, La Pampa. Iba hacer un saludo común, pero al toque me puse a escribir algo, una poesía "cómica", que comenzó con la música de una armónica, soplando como mejor me salió, para darle un toque de show. 
Esa experiencia de escribir una rima, de soltar la creatividad en un instante, fue tan divertido como enriquecedor. 

Es que hace unos días encontré algunos instrumentos dormidos en un cajón del consultorio, y los traje a mi casa. Los puse sobre este escritorio, a modo de decoración, pero con esperanza de ser usados. Dos flautas, una armónica, un par de castañuelas y una pequeña media esfera hueca de madera con unas teclas de metal que me regaló Tere en mi cumpleaños, creo que era el número 28.

La guitarra y el bombo quedaron en la casa parental, pues me traen recuerdos de una infancia y adolescencia algo movida, con algunos grises y vaivenes, como a la mayoría nos ha pasado. En mi caso, pelear por mis derechos, era una rebeldía constante. 

Toqué la guitarra desde los 5 hasta los 17 años, y después la archivé. Después de mucha práctica logré tocar canciones sólo de oído, y compuse un par.

Con la era tecnológica actual, es una tentación un teclado sintético que se ganó mi madre hace unos años. Y si bien ella, nunca lo ha tocado, se niega a prestármelo, y yo me muero por probarlo, por ver si puedo usarlo o componer. 
Es que la serie "La reina del flow" me inspira. ¿Será tan fácil componer canciones como escribir poemas? Lo hacía en la adolescencia, cuando me enamoraba platónicamente, después dejé el género poético porque mi etapa de delirio amoroso, había pasado de las letras a la acción directa.

Siento que el arte es eso que brota de tus manos, de tu boca, de tu imaginación. Es un caudal de potencialidad que se empieza a armar como una ola, desde mar adentro, y que frente a ella, tenés dos opciones, las dos divertidas. La más suave, es saltearla y usarla como un tobogán (ascendente y descendente). La más jugada, es dejarte arrastrar con toda esa fuerza que te lleva hasta la orilla, cuando la ola rompe.
En general, prefiero la primera, por eso, cuando quiero acordar, estoy mar adentro, muy lejos de la orilla, disfrutando de pasar las olas antes del rompimiento.

Esas sensaciones de libertad, de naturaleza, cuánta falta hacen en esta cuarentena.

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