sábado, 6 de enero de 2024

Despierta, despierta!

 Anoche después de dar vueltas bajo la lluvia, buscando hotel, metiéndonos en calles equivocadas o en contramano, de perdernos y encontrarnos en frases como mensajes subliminales, decidimos volver a la estación de servicio Ipiranga, y pasar la noche ahí, durmiendo en el auto, con Pompón, nuestra gata amada, en plena capital de Florianópolis.

Al amanecer con la luz de sol, tipo velador flotante infiltrándose por la ventanilla del auto, nos despertamos para arrancar sin café. Hice unos estiramientos y flexiones junto al auto, con la puerta abierta, para evitar la masterclass. 

Preferimos atravesar el puente y hacer la salida de la ciudad antes de que la gran urbe despertara. Ayer, luego de haber visto los monos tití, de pasear a Pompón, de almorzar en un bar y salir corriendo porque la alarma del auto sonaba, porque mi  gata había quedado durmiendo con las ventanas abiertas, la llevé con su correa en ese pequeño restaurante tropical de argentinos en la zona límite de Canasvieras con Canasjuré, donde le convidaron agua, y salieron a mimarla. Allí, es una zona más alejada, donde la naturaleza se confunde con edificios estéticamente generosos. 

Pues bien, había llegado la hora de tomar coraje y manejar sola, con Pompón acostada en el asiento de adelante, y el auto repleto como el de los Picapiedras hasta el techo. Tenía que atravesar desde el norte hasta el centro de la isla de Santa Catarina, y llegar al Beiramar Shopping donde trabaja mi hija. Era un desafío, pues el tráfico es veloz y abundante, se colapsa al igual que la capital de Buenos Aires para que tengan una idea. Pompón suele llorar en los viajes pero esta vez tenía sueño y parecía que supiera que era vital su silencio para manejar tranquila, no sólo por el tránsito, sino porque la autopista se va abriendo en abanicos, y tenés que estar cerca del carril correcto para no equivocarte según lo que te avise el gps. 

A la altura de la ciudad de Joao Paulo el cielo era una mezcla de grises casi renegridos, hasta que comenzó a llover, y de repente casi no se distinguían las franjas blancas de la autopista, sólo atiné a seguir a los autos experimentados. Más de 60 km por hora no se podía ir, por la lentitud del tránsito. No podía creer cuando vi que ya casi llegaba a destino, lo rápido que había sido todo y aproveché a cargar nafta enfrente del shopping y esperar estacionada ahí, las tres horas que faltaban para las 10 de la noche, cuando saliera Julieta. Les pedí que revisaran el aceite y el agua del coche, y después lo estacioné. Cinco minutos después se largó a llover con todo, por suerte estaba bajo techo. 

En ese trayecto me despedí de la isla, le agradecí lo que nos dio en este tiempo y sabía que la opción que nos quedaba era atravesar al continente para conseguir un departamento en alquiler. Eso hicimos y esperamos desde las 6 y 30 a las 11 horas,  en una calle empinada, para ver una kitnet en el barrio de Estreito. Aproveché a llevar a Pompón a un césped muy bonito de un condominio hasta que comenzó a lloviznar de forma intermitente. Cuando se hizo la hora, Julieta fue a golpear la puerta del esperanzado refugio. La lluvia era tal, que  a través del parabrisas, todo se desdibujaba como en un zig zag de pinturas modernas. Las siluetas de las columnas, del único árbol de la cuadra, y del paraguas rojo de Juli se deformaban como figuras de un juego surrealista donde nos preguntábamos si aún Brasil era nuestro lugar.

Cinco minutos después Juli volvió con noticias desalentadoras, el depto estaba lleno de goteras y la mesada de la cocina arruinada la tenían que cambiar. Por lo tanto, nuestra segunda opción, como la canción del grupo No te va a gustar, era un hotel del barrio de Coqueiros, en el que nos alojamos luego.

La cuestión es que me desperté hace un rato, estaba soñando que estaba charlando con Mario, que estaba sentado a mi izquierda, en esas típicas juntadas de secundaria, en la que solemos ser ocho o diez compañeros, y cuando voy a volver la mirada nuevamente, Mario ya no era Mario, sino que se había transformado en la imagen tal cual de mi padre, con su cabello canoso y un suéter marrón jaspeado, tenía en sus manos una foto donde yo estaba con una camisa blanca y negra, que había sido tomada en la radio cuando yo hacía el programa La perra verde por FM en Tránsito, en Castelar, en 1993. Inmediatamente me desperté, sabiendo que es un mensaje de mi padre, de mis guías espirituales, de decisiones impostergables.


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