viernes, 21 de octubre de 2016

Venta de humo

Hubo un día en que nada importa, ni siquiera la indiferencia que subyace, que demuestra que nada tiene de valiente, y menos de caliente.

Espero obviarte.
Sacarte. 
Para reducir a la micronésima parte, cualquier sensación que tuve después de tanta histeria.

Aquí el hombre se ha esfumado por la tangente. Ya que no puede hacer frente a cualquier demanda afectiva, ni siquiera entre cuatro paredes.

Quisiste impresionar. Meta mensaje, llamados, chats prolongados, pero...  debajo del disfraz de lobo, se acurruca una oveja.

Obsecuente al mandato social, pero pleno de insatisfacción, rugiste como esos autos deportivos arreglados a medias, que no aguantan el acelere, porque el motor se desarma a mitad de carrera.

Un ser de plástico. No auténtico. Con un amor hueco, que se quiebra al más mínimo roce como un huevo de pascua, donde tentando a su alrededor con tanto chocolate, se hace deseoso pero inconsistente. 

Pacato. Ficticio. Por demostrar lo indemostrable. Lo que no se puede mantener en pie, ya que la carencia siempre es demolida por su propio peso.

Todas las máscaras caen en algún momento. Todos lo sabemos.
Porque mientras los disfraces cotidianos pretenden mantener la escena, nadie mejor que él, sabe en el fondo de su corazón que no vive su verdad, porque no se atreve, porque tiene miedo.

Así que después de un tiempo, me doy cuenta, que la histeria es algo más que una etapa.
Es la forma de aguantar ante tanta hipocresía y aburrimiento.
Pero que no panda el cúnico, ya que nadie tiene que saber lo que pasaría entre cuatro paredes. Somos grandes, creo.



*Este artículo tuve que reescribirlo porque el corrector automático se activó sin querer, mientras lo escribía esta mañana en el celular, durante el viaje en colectivo. Por lo que le había cambiado todo el sentido al texto.

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