miércoles, 27 de junio de 2012

Capítulo 1: Esperar que cambie




Capítulo 1: Esperar que cambie


Advertencia: cuando leas estos relatos no te fanatices en desear que tu pareja sea perfecta, pues la convivencia “te despierta” del enamoramiento, ya que en el ámbito de lo cotidiano nos vemos tal cual somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos.


Quiero llevar marido para que me “lo arregles” en terapia

Cuando Inés comenzó las sesiones, pretendía hacer terapia de pareja. Pero como quien demandaba la consulta era ella, preferí empezar en forma individual. Pues ya algo intuía sobre ese deseo, de traer a su esposo a la fuerza, para lograr que cambie.
Inés, no sólo había sido maltratada en su niñez, sino que había sufrido abusos sexuales de un integrante de su familia directa, quien también había mortificado a otras de sus hermanas. Su actual marido tenía todos los rasgos de un psicópata, es decir, un gran actor, un gran simulador. Amoroso frente a la escena pública, y un egoísta e indiferente total, puertas adentro.

“La química del amor se aprende en la infancia, si recibiste amor con tranquilidad y dulzura, sólo te enamorarás de quienes  te brinden lo mismo: paz y amor. En cambio, si recibiste indiferencia y maltrato, sólo tendrás química con quienes a la larga, te ignoren o te hagan sufrir”

Como Inés era una mujer de clase humilde, que trabajaba limpiando casas para ganarse el sustento y dar de comer y vestir a dos niños, comenzó el tratamiento postergando la lectura de la bibliografía recomendada por su situación económica, aunque le había dado escrito un resumen de los pasos de la recuperación.
En el transcurso de varias sesiones, Inés llegaba al consultorio, y soltaba la típica frase: “Pero no cambia…”, refiriéndose a su marido. Un hombre que gastaba su sueldo sólo para él: se compraba perfume, shampoo, ropa, y si algo sobraba quedaba para comprar alimentos, pero nunca nada específico que necesitaran sus hijos. Pues Inés, en su afán de amar demasiado, con el dinero ganado diariamente, compraba los alimentos, los útiles escolares, y algún otro calzado o ropa que los chicos necesitaran, ya que si esperaba que el marido lo hiciera… podían pasar años.
Como su actitud no se modificaba, volvía a explicarle, pero su obsesión era más fuerte que su capacidad de serenarse y escuchar, y parecía que cada sesión que pasaba ella seguía sin entender. Finalmente, un día al comenzar la sesión, se sentó con un gesto que aún recuerdo, diciendo: “Leí el libro, y por fin te entendí”. Es decir, Inés tuvo que recorrer con detalle, tanto las historias descriptas como las explicaciones teóricas, para darse cuenta que ella debía cambiar, y que nunca lograría cambiar a su marido… salvo que por efecto rebote de su propio cambio, algunas actitudes él llegara a modificar.
Con esto, también quiero significar que muchas veces, un buen libro tiene una voz neutra, donde ni siquiera es el terapeuta que lo dice. Por lo cual, disminuye la resistencia para poder entender de qué se trata y qué es lo que está padeciendo.
Por otro lado, un libro permite que se desencadenen varias funciones, como el pensamiento, la razón, la lógica, la asociación de ideas, pero de un modo, o a una velocidad tal, así como el paciente lo necesite, y lo regule. Ya que puede retroceder unas hojas si algo no comprendió, releer un párrafo que tal vez le impactó, y dejar de leer para reflexionar, cuando lo crea necesario.


(...)

Cómo arruinar una buena pareja:Lo quiero tanto, que lo ayudo en todo”

Es importante entender que si estás con un buen hombre pero persiste tu actitud de ayudarlo en demasía, provocarás efectos que se traducirán a la larga, en una relación en la que sufras. ¿Por qué? Pues, simplemente, porque tu ayuda si bien, al principio, es agradable, se transformará en un modo de control hacia tu compañero, y además quedarás comprometida a sostener actitudes de solucionar todo, de ocuparte de todo, de estar disponible siempre, y cuando un día te des cuenta de ello y quieras hacer lo que te plazca, sin ser la servidumbre de la casa, te darás cuenta de que estarás atada por tus propias actitudes serviciales y controladoras.
Como ejemplo de esto, una paciente, Leticia, que estaba de novia con un buen hombre, le recordaba por mensaje de texto lo que él tenía que hacer. Por ejemplo, le avisaba que ese día vencía la cuota de su celular, entonces, como él estaba en su oficina, ella se ofrecía a pagarlo, a pesar de que estuviera ocupadísima con su estudio y su trabajo. Iba al cajero, hacía la cola, y efectuaba el pago, todo por ese amor incondicional que debía demostrarle.
Luego, terminaba recordándole y pagando el celular,  todos los meses. Y si alguna vez, quería dejar de hacerlo, su novio pensaba que ya no se ocupaba de él, como antes. Es decir, parecía que el amor se ponía en juego o en duda.
Como si fuera poco, cuando iba a pasar el fin de semana en casa de su novio, lo despertaba con el desayuno hecho, acción que nunca efectuaba él.
(...) continúa

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