Capítulo 2: Sometimiento, celos e
infidelidad
Una esposa celosa provoca
la separación
Recuerdo una paciente,
María, que llegó a mi consultorio porque eran tal los celos que tenía por su
marido, que él se cansó y se fue, después de siete años juntos. Ella tenía 25
años, y él era dos años mayor.
Revisando su historia
infantil, había sido una niña muy caprichosa, y “encapsulada” por su madre.
Incluso al comenzar la adolescencia, su mamá le replicaba: “Salí igual con las
chicas, total yo me quedo acá, sola, esperándote”, con lo cual a veces, ella
decidía no salir con sus amigas, por la culpa que sentía de dejar sola a su
madre.
Obviamente que esta
situación, se repitió con su pareja luego, pero a la inversa. La paciente no
toleraba que la dejara sola, si tenía un encuentro de trabajo fuera del horario
habitual o algo similar. Pretendía “encapsularlo”, tal como lo había hecho su
madre con ella, durante su niñez y su adolescencia.
Si bien pudimos enlazar
hechos de este tipo, otras anécdotas más sumaban en su padecer. Por ejemplo,
cuando era niña, su padre llegaba tarde a causa de turnos extendidos o
rotativos de trabajo, y ella con sus cuatro años insistía en esperarlo despierta en el living hasta que
llegara. Así fue que una vez lo había esperado hasta las tres de la mañana, y
ni la madre ni nadie, logró convencerla para que se fuera a su cama a dormir.
Es claro, que existía también una falta de límites para sus caprichos, que se
agudizaron cuando se hizo adulta.
Cabe destacar que en la
historia familiar infantil de María,
habían surgido ciertas infidelidades, alguna comprobada de la madre, y
algunas supuestas del padre, dentro de las cuales la paciente había sido una
pequeña testigo, y algo así como una investigadora privada en miniatura.
Obviamente, esto era de gran peso en su vida adulta, pues mucho de lo vivido,
hoy le hacía “ruido” por no decir que le sonaba en su cabeza como una
desagradable orquesta.
Traté de persuadirla a
utilizar Flores de Bach para sus celos, pero al principio se negaba.
Finalmente, como lo había perdido todo, se resignó a implementarlas. Fue
notable su mejoría al tomarlas, y cómo volvía a recaer cuando al tiempo, pasaba unos días sin ingerirlas.
Su marido había soportado
demasiado tiempo sus cuestionamientos, hasta que llegó al límite, ya que le
hacía escena hasta cuando pagaba el peaje y “miraba” a la chica de la cabina
para pagar el ticket. Recuerdo que en reunión de grupo, se dramatizó una escena
en que viajaban en auto, su marido conducía, y ella le iba haciendo todos los
planteos sobre quién lo había llamado por teléfono, o a quién miraba. La
representación de este conflicto por parte de cada uno de los integrantes del
grupo y el humor que le poníamos, le sirvió de mucho para ver su posición, y de
qué manera lo asfixiaba con sus celos.
Poco a poco, la situación
se modificó y él volvió a la casa. Pero ella nunca terminaba el tratamiento,
cuando las cosas iban más o menos bien, dejaba de concurrir a sesión, y volvía
al año cuando todo estallaba, por diferentes causas. Esas idas y vueltas, se
produjeron tres o cuatro veces, en el lapso de seis años.
Demás está decir, que
muchas veces los pacientes se dan de baja solos, cuando aún no han finalizado
la terapia.
Si se compara un
tratamiento psicoterapéutico con lo que pasa cuando un mecánico arregla un
auto, podría decir, que algunos pacientes, como en este caso, apenas ven que el
auto ya arranca se van sin consultar, y el mecánico sabe que falta arreglar muchas
otras cosas, por lo cual el coche se quedará tarde o temprano. De ese modo, se
manejaba esta joven, discontinuando el tratamiento.
(...Continúan más artículos en este capítulo)
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