Por mi parte, whatsapeando casi una hora dentro del boliche con uno que apareció de la galera, ayer, en mi celu. Historia vieja de una noche de otoño en San Telmo, de esas que no pasa nada, porque yo siempre pongo el freno. No sé si a tiempo, pero lo pongo. Y claro, no me da irme con cualquiera por más que el instinto me suplique hacerlo. No es mi onda. Y los virginianos, ponemos tanto el cerebro para todo, que a veces, no vivimos como queremos. Es que la pasión va por dentro, y cuando tenga lugar, llega. Pero sólo cuando queremos, todo medido y calculado... bah, hasta que un beso me desbarranca.
De pronto, me dice Sil, vino Mark, nos saludamos como hermanos, es que pasa a ser parte de la gran familia doveriana. Esa sensación tan linda de cuando te encontrás con tu gente, con los amigos del Martínez Club, para camuflarlo porque así no se llama, que ya era como estar en casa. Es que en boliche nuevo, sin conocer a nadie, por más que nos quede cerca, no sentís la misma vibración del pub del río. Allí, toda la banda reclutada por Javi, tiene el mismo estilo: pasarla bien y divertirse. Sin caretaje, y si hay histeria que no se note, porque hablamos con todos, rebeldes y buenos. Así somos.
Ahora, tengo que chequear otros tests para aplicar, justo cuando lo antiguo lo tenía dominado. Pero, estamos midiendo atención, y la verdad, es que la gente hoy no está atenta a lo que pasa. Primero porque falla la concentración, con tantos distractores diarios, y además porque las últimas generaciones no la cultivan para nada. Debe tener que ver, con ese mundo superfluo que se vive hoy en día. Quién sabe...
Es que es así, cuando no hay deseo, las cosas no pasan. Y la verdad, es que quería distraerme, y no pensé en otra cosa. Jopo dice, estás enamorada... no para tanto, sólo que el montoncito de fichas hoy, lo juego en otra parte.
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