sábado, 24 de noviembre de 2018

Con tus gatas de testigo

El partido se suspende quizás, como el nuestro que sigue suspendido. Pero lo digo con una sonrisa, porque me gustó verte.
Una serie de hechos se concatenaron ayer. Luego de atender cuatro clientes a la tarde, casi me quitan las ganas de ir al gimnasio. Y cuando voy, paso un mal momento. La zumba seguirá en penumbras, así que opto por bajar a la zona de las máquinas.
A la noche, cuando voy a reunirme con las chicas para ir al cumpleaños, pido a mi grupo de secundaria, por whatsap que me cambie la racha. Ellos no entienden, no entré en detalles, pero sus buenos augurios son potentes.
Vamos con Gabi y Gra en auto hasta lo de Flavio. Allí Gabi deja su auto, y cambiamos de vehículo, maneja su novio. La charla se torna fructífera en ese clima de amistad que se da en esos trayectos donde surgen diversos temas cotidianos, y de a poco nos vamos conociendo y apreciando. Hablamos de los lentes de contacto, la salud visual y los reencuentros casuales con nuestros compañeros del primario, y ahí develamos las fechas de parto de nuestras madres. Es decir, aunque lo suponíamos, nos sacamos todos las caretas.
Cuando llegamos a la disco de Núñez, el lugar explotaba de gerontes y de mujeres.  Mi compañera de ruta propone el otro boliche. Nos escapamos por la tangente, y sutilmente nos despedimos de Gabi.
Llegamos al boliche de Devoto. Tranzamos en la puerta un dos por uno, pues ya era tarde. Mis ojos que no retienen caras, es una lotería si logro encontrarte.
De repente aparece de la nada, nos saludamos pero todo de cachete. Me puentea, aunque me duela. Dice que va por unos tragos y vuelve, pero pocos minutos después lo veo pasar con su amigo, sonriente, y sigue de largo. Me acabo de tragar un sapito.
Busco a Gra, y me encuentro por casualidad con Walter, mi compañero de Alco Liniers, con el que tenemos una estima de tantas cosas compartidas en ese grupo de adelgazamiento. Una vez, nos prometimos dejar el dulce de leche, a cambio de que él haga sus registros semanales. Nunca los hizo, aunque yo bajé el consumo del lácteo.
Encuentro a Gra que baila con un sujeto, quien me presenta a su amigo, y por azar quedamos bailando. Hablamos, reímos, y luego de esquivarlo no zafo. Termina el primer beso, largo y esmerado, pero no es lo mismo que sentí el viernes pasado. Lo cómico es que como bailabamos en el pasillo, junto al borde de la pista, mi peor es nada, bien parecido, al terminar la succión bucal cae redondo, sentado de cola, al piso. Es que se ha dado con los talones contra el borde de la pista. Menos mal que era un atlético profe de gimnasia. En ese momento, abro los ojos al finalizar el beso y lo veo tirado en el suelo. Se incorpora, le pregunto si está bien y después nos morimos de risa. Insiste con el aprete, y sugiere que nos vayamos los cuatro a la casa de su amigo. Un impertinente. Siento ganas de decirle claramente que se vaya, que si está desesperado por sexo, que siga buscando por otro lado en el boliche. Muchas se irían con él, pero yo paso. La pregunta, sobre irnos juntos, se repite, en distintos tiempos y bajo todas las variantes.
De pronto, te veo a dos metros, solo, sin tu amigo, sin tu trago. Sólo capto el brillo de tu mirada, y como quien ve el horizonte, me dirijo hacia vos directamente a abrazarte. Decís que querés saludarme porque te vas. Te disculpás por tu modo de responder los whatsap. Me decís que viajaste, e insistís en mostrarme los tickets. No hace falta, no soy la policía, prefiero mi intuición, y eso es bastante.
Nos sinceramos sobre lo sucedido en estos días. Me ponés unas excusas, que si bien son tu verdad, brota el rocío de mis ojos, más allá de que aún no ha amanecido.
No puedo despegarme, y cuando caduca esa actitud de noble amigo,  ese que se resiste a besarme, estás ahí, de vuelta, alguien te ha regresado. Nos decimos todo, o por lo menos yo lo hago. No me importa nada. Lo que siento en nuestro abrazo, es reconfortante.
Querés ir al baño, y hemos pasado tanto tiempo ahí parados, hablandonos al oído, que no me da la cara para darme vuelta, y mirar al que dejé colgado. Huyo con vos de la mano, y te espero en la otra punta del lugar.
De la nada, aparece un pibe de Dover, que no me recuerda, y se ofrece a incluirme en una lista para entrar gratis al boliche con mis amigas. Me da su celular para que yo escriba el mío. Así lo hago, y me invita a la barra. Le digo que estoy esperando a alguien, rogando que se vaya. No quiero más confusiones esta noche, y me da miedo que salgas del toilette, e interpretes una idea equivocada. Respiro ya que aún no has salido, pero me equivoco, porque apareces a mi espalda. Has visto toda la escena. Me preguntás y te cuento. Decís que vos también me podes incluir en una lista de pase libre.
Más allá de lo anecdótico, parece que unas almas invisibles estuvieran jugando atrás nuestro, moviendo los hilos, como en el hip hop, para ver quién gana de ellos y se debaten separarnos o juntarnos.
Se me cruza la película «Los agentes del destino», y toda elucubración de leyendas, de ángeles y de hilos invisibles.
Después de eso, más besos, más confesiones, más deseos de querer verte. De local, de visitante, con tus mascotas, con una charla eterna, y con lo que surja naturalmente.

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