domingo, 18 de octubre de 2015

Benito

Ayer fue un día pasado por agua. Por el agua de mis ojos. O mis hormonas están descontroladas, o ese vacío que siento está llegando a los lugares más recónditos de mi alma. 

Anoche, mientras Juli estaba arriba con sus amigas, festejando su cumpleaños, entre pizza y jugo, entre risas y charla, yo estaba tranqui en la cocina. 

Y entre horneada y horneada, subía las escaleras para llegar con la comida calentita. 

Mientras tanto, la radio estaba encendida, y pesqué un programa re lindo, "Noche de Paz", con el músico y cantante, el Paz Martínez. 

Yo que soy auditiva, aprendí un montón sobre músicos de pura cepa, y aquellos que tienen oído absoluto. Son los que tienen la capacidad de escuchar la música, pero detectando nota tras nota en cada melodía. 

Yo, no llego a tanto, pero me defino como persona auditiva. Los tonos me llegan profundo, las formas de hablar, y soy capaz de detectar quien llama por teléfono, con sólo escuchar su voz, aunque no lo conozca demasiado. 

Tan fundamental para mí es el sonido, que siento que la música es esencial para hacer el amor. Y hay lentos que no puedo escuchar, porque me ponen melancólica, y realmente me bajonea, me hace mal.
En cuanto al sexo, el ambiente también suma para la escena, porque si no me va, no puedo hacer nada.

Disfruté de este programa de radio un montón, pero también lloré... y en esos momentos, los recuerdos tapados con hojas, con tierra y con cemento salían por doquier, como espantosas películas de terror que no pensás que alguna vez existieron. 


No es que te añore, sólo me doy cuenta lo sola que he estado, y que a Juli le ha tocado esta familia: madre, perro y gata. 
Aunque Benito, mi dulce can, ya no está con nosotras hace un par de años. Era un perro especial, acompañaba a la gente  caminando a todos lados. Su esencia, aunque sin entrenamiento, era ser un perro lazarillo. 

A mi vecina de enfrente, la seguía al banco, y hasta entraba cuando iba a cobrar la jubilación. Los de seguridad lo echaban, y ella explicaba que no era su mascota, pero Benito insistía y se quedaba sentado a su lado esperándola. Así, volvían juntos caminando en la parte céntrica de Morón, que es un lío de tránsito, tal como la Capital porteña. 
También la acompañaba a la iglesia los domingos. Recorría todo el templo, daba toda la vuelta, y después se sentaba a su lado. 
Siempre fue así con todos los vecinos, de cada barrio que yo viví.

Cuando lo conocí en San Luis, el perro estaba en una esquina, cerca de un colegio, saludando a todos los chicos que pasaban. 

Iba con Juli, apurada, ella tenía nueve años en esa época. Al verlo, pensé, cuando vuelvo si está ahí, lo llamo para que venga a casa. Y así fue, me siguió tres cuadras, abrí la puerta y entró.

A los diez minutos estábamos en el patio, y sentimos un maullido de un gato. Como era gris, nos costó verlo, porque se asemejaba al color del cemento de la pared. 

El felino, era tan pequeño como un ponpón, y así se llamó. Estaba en el techo de al lado, llorando. Fui a buscar la escalera y se acercó a través de la parra, y ahí la rescaté.

Así en un instante, tuve a mis dos mascotas, para hacer más llevadera la estadía en esa provincia, que no fue la tierra elegida, por cierto. 
Cuando volvimos a Buenos Aires, luego de que Juli terminara el año escolar, me los traje a ambos, gato y perro.

Y Benito, mi can, nos acompañaba a todos lados. Tantas veces nos tuvimos que bajar del colectivo porque él nos seguía corriendo, y todo el pasaje girando la cabeza para verlo. El chofer me decía: "Señora, el perrito la sigue..."

Y ahí nos teníamos que bajar. 

En una ocasión, nos bajamos de tres colectivos, hasta que en el cuarto se cansó y nos perdió. Porque si no era capaz de correr desde Ituzaingó hasta Morón.


Y no estoy mintiendo, ya que una vuelta me siguió 20 cuadras, con una vecina que me llevaba en su auto a 60 km por hora. Hasta que me bajé y lo encerré en la casa de la madre de una vecina (a quien también la seguía) y me tomé un remis. Cuando volví con Juli del colegio, tuve que irme hasta allá en bicicleta para traerlo. Estaba en la vereda jugando con otro perro.


Apenas lo adopté, dormía todas las noches, al lado mío, en el suelo. Parecía que quería cuidarme, para no perderme nunca. Y al final, lo perdí yo primero. Pero de él tengo el mejor recuerdo.


Y una vecina puntana me decía: "¿Y tu marido...?", refiriéndose a mi mascota, Benito.

"Y si es tu marido, duerme todas las noches a tu lado", decía.


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