domingo, 4 de octubre de 2015

Comunicarse desde el corazón

Esta tarde he estado en el sol, en el jardín de la casa de mis padres. 
Todo domingo es bienvenido para eso, después del almuerzo. He leído, he meditado, mientras la pirotecnia molestaba en el incipiente octubre.

Ha sido una mañana diferente, levantarme después de una noche durmiendo para recuperar el sueño perdido. 
Perdido en un viernes agridulce, donde algunos amigos lo han hecho remontar, aunque en el fondo siento el vacío. 

Como siempre, me vuelvo a plantear si seguir saliendo, a esos lugares. Aunque guardarme no sé si de algún modo sirva. Es tan difícil en estos tiempos.

Creo que lo peor que hacemos es no mostrarnos cómo somos de verdad. Ocultar nuestras necesidades de afecto, y simular que no nos pasa nada. 

Veo gente sola y seria toda la noche allí, hombres carilindos, que no pueden comunicarse. ¿Qué buscan? Algunos sólo que la sex simbol le dé bola. Otros, simplemente tener sexo. 

Esta mañana veía un documental sobre las niñas de Haití, en CNN. Sueños de niñas, o Girls Dreaming. Una niña de unos 7 u 8 años trataba de asistir a clase diariamente. El salón era al aire libre, con un techo de tela. Unos bancos llenos de niñas de edades variadas, serían al menos una quince doncellas. La maestra le preguntaba al verla llegar: 

-¿Tu madre ha pagado?
-No
-Entonces no puedes quedarte

Así la niña debía retirarse de la clase. Con sus pequeños pies por la Haití destruida
Yo no podía creer la frialdad de la docente. Pensar que acá hay escuelas y hospitales gratis, no sé si valoramos eso. 

Pero la pequeña no se dio por vencida, y asistió varios días, y ante el consabido reclamo de pago, debía irse. 
Pero dejó pasar un tiempo, y recordó que después del terremoto mucha gente se había vuelto loca y había perdido la memoria, y con esa esperanza volvió al rudimentario salón de enseñanza. 
Se sentó y tuvo que responder a la misma pregunta de siempre:

-¿Estás en esta clase?
-Sí
-¿Tu madre ha pagado?
-No
-Entonces tienes que irte
-No
-Tienes que irte
-No. No me iré, y si no me deja quedarme, volveré y volveré cada día hasta que deje que me quede -dijo la niña resuelta con una sonrisa, donde sus hermosos dientes blancos resaltaban en su piel acaramelada.

La profesora la miró fijamente, luego esbozó una especie de mueca, quizá similar a una sonrisa, y dejó que la pequeña se quede. 

Entonces todo mi dolor, tenue por cierto, habiendo lastimado mi ego, ya no tenía sentido. Era banal, escaso y casi hueco. Tan débil que no valía la pena sostenerlo.

Esa historia me encantó por su persecución e insistencia frente a lo que ella quería. 

No se rindió, justamente, porque estaba convencida. 
Derrotó las reglas, y la falta de compasión, con su gran deseo. 
Esperanza y Fé le sobraban a esa niña. ¿Entonces por qué yo no puedo tenerlas? 

"Nadie puede recibir sin Fé y menos aún dar sin amor" *

El documental continuaba. 
Las injusticias en esa pequeña isla estaban a la orden del día. 
Las niñas eran esclavas sirvientas en ciertas casas, despojadas de su familia, debían servir en el lugar donde las alojaban, por años, quién sabe cuántos.

Una mujer fue a hablar con el dueño y le explicó sobre los derechos de los niños, sobre la prohibición del trabajo infantil. Volvió día tras día, con el mismo argumento, hasta que el hombre la liberó. 

Por otro lado, otro grupo de señoritas en bicicleta se apostaron en el frente de una casa con el mismo objetivo: liberar a otra niña del servicio esclavo. Así fueron, día tras día, hablando y cantando, todo con un temple y una suavidad increíble, como la gota de agua que dora la piedra. Finalmente, también la liberaron. 

Frente a esta nueva vida, la niña recién liberada decía:

"Siento que tengo poder y puedo hacer las cosas que quiera".

¿Cómo darnos cuenta que ese mismo poder lo tenemos nosotros que estamos libres? 
Que sólo estamos presos de una moda que se está viviendo, donde no expresar nuestros verdaderos sentimientos y nuestra necesidad de afecto es lo que se estila.
Esto nos está matando en vida, nos congela el corazón, nos envuelve de una frivolidad que espanta.

Dios, dame el valor de mostrarme cómo soy, de pedir lo que quiero y de no dejarme doblegar por esa oscuridad disfrazada de seducción, pensando que así, en algún momento, voy a conseguir amor. Porque eso no es cierto.



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