lunes, 10 de diciembre de 2018

Cangrejos de cal

Un bello día hoy, a ponerle la mejor onda, a remarla.
Cuando empecé a hacerme idea del viaje, se deshizo. Lo consideré porque él me lo había pedido, si no, no lo hubiera pensado.
El viernes lo mismo: «¿Te vas a quedar a pasar conmigo el día, mañana?» Lo hice por él, si no, soy de huir temprano. Igual estaba a gusto.
Ese amanecer, cuando llegamos a su casa, dijo que no haríamos nada, mejor mañana. Y pasó lo contrario.
Unas horas antes, en el boliche, me dijo amablemente que no quiere estar conmigo. Me cambia por un vip, y me desarma. Luego  mi amiga me abraza, casi no me conoce, pero me venden las lágrimas. Dios manda del cielo, un caballero para rescatarme con su diálogo. Entonces pasa él y me toca el hombro, lo aprieta suavemente, me brinda una sonrisa. Pienso, que se está despidiendo, ya que se va con su amigo.
Nos vamos con mi amiga y el fulano que ha conocido esa noche, que como vive en Ramos Mejía, nos lleva en el auto. Cuando ya estamos a mitad de viaje, me escribe «¿Dónde estás?», y me pide que vuelva, que él abona el viaje.
Les digo a los chicos que paren, que me tomo un uber, que tengo que volver. Me dicen: «¡Me estás jodiendo!».
El pibe que conduce, es un sol, porque dice que no va a dejarme ahí, y me lleva  con mi amiga, de regreso a la puerta del boliche, mientras amortizan el regreso acaramelados.
 Allí él me está esperando. Vamos a su casa en taxi. Durante el trayecto, me pide que abra el blog y se lo lea. Mientras escucha mi voz, me abre la campera y me acaricia.
Subimos, y como me ha aclarado que no pasará nada, me quedo tranqui. Pero cuando empieza a desvestirme, me cuesta entregarme porque aún estoy algo herida por lo que me ha dicho un rato antes en la disco.
Luego me olvido, y todo pasa en sucesos de magníficas caricias. Voy y vengo con su cuerpo, reímos y disfrutamos con esa complicidad que seguramente es de antaño, de otra vida.
Menciona que escriba el blog porque quiere saber lo que siento en ese momento, juega con eso. Él no entiende que soy muy sensible, que me dejo llevar, que no respondo de mí, que cada cosa que él hace me llega, me enternece.
A mediodía disfruto del sol, mientras él duerme. El estado que experimento es muy placentero. Son esos pequeños momentos de felicidad.

Cuando me voy de su casa, me hace unas preguntas por whatsap mientras viajo en uber. Siento que de alguna manera me cuida.

Este despliegue de actitudes, es lo que ha estado sucediendo, quizás deba aprender a no tomar todo tan literal. Porque la ambigüedad es lo que lo define. Y no deseo estar rebotando, no puedo conformarlo, sin a veces, sentirme expuesta.
Ahora estoy bien, ya me enfrié.
Un viaje de cuatro días era para mí algo de lo que me costó hacerme a la idea. No es lo usual. Pero cuando lo medité, busqué un reemplazo para mi trabajo, hablé con mi hija, y me pregunté si valía pasar unos días en Capilla del Monte con él; entonces, cambió de parecer. Que era un viaje introspectivo. Claro, eso mencionó al principio, pero después me invitó. Yo lo elaboré como lindo y difícil, por lo que implica irme así. Dejo responsabilidades, y no voy a la vuelta de la esquina.
Pues bien, con todo esto que pasó, mejor que se haya cancelado.
Le deseo lo mejor. Sé que necesita encontrarse, reponerse. Pero debe considerar y pensar cuando habla.
Me daba lo mismo el viaje, pero me duele con que facilidad me descarta.
Bueno, en fin, Dios sabe porqué hace las cosas, y yo la verdad que prefiero el mar y caminar por la playa.

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