viernes, 7 de diciembre de 2018

Haz el amor... y si no podés, haz la paz

Viernes con soles, con respuestas de quien no está en mis planes, ya que los rezos de mi grupo de Whatsap de secundaria, esta vez, parecen no embocarla. Ellos dicen que es porque no les cuento nada. Igual sus rezos son muy efectivos, lo sé, ya se va a dar. Lo que pasa que uno quiere lo inmediato, y los ríos toman atajos para volverse a encontrar.
Hace frío este diciembre, aunque hoy me siento cálida, si tenemos que ponerle temperatura a mi ánimo.
Ayer recibí un video, ustedes saben que yo no tengo paciencia para verlos, así como los recibo, los borro. Pero este venía de Stella, una compañera de primaria y secundaria que vive en Mar del Plata. Esta es la historia con ella: en el colegio primario, no nos dábamos bola, no teníamos afinidad. En el último retiro espiritual de séptimo grado, el padre Pablo, un cura muy copado, nos propuso que nos reunieramos con ese compañero que nunca nos habíamos comunicado. Fue instantáneo, nos miramos con Stella y nos sentamos en un banco. Era casi el mediodía, estábamos en una quinta hermosa, bajo los árboles. Fue un momento de charla que sirvió para blanquearnos. Y a pesar de que era el último día de clase, nos volvimos a ver al año siguiente, en otro colegio, ya en el nivel secundario. Pasamos otros tres años juntas, sin interactuar, ella con sus amigas y yo con las mías. Pero cuando nuestras miradas se cruzaban, las dos entendíamos, que aunque no tuviéramos algo en común, nos respetábamos.
Luego me cambié de escuela, y nos volvimos a ver un par de décadas después. Todo bien. Éramos otras. Crecidas, maduras, abiertas al prójimo. En aquella ocasión, un grupo de alrededor de diez compañeros, fuimos a cenar, después del acto recordatorio que nos hizo la escuela. Creo que ella estaba en esa cena. No lo recuerdo. Pero tiempo después se organizó el grupo de Whatsap, y a partir de ahí, la mayoría de las veces que fui a la costa atlántica, nos encontramos, a compartir un café o un almuerzo. Y descubrimos que tenemos muchas cosas en común, ambas trabajamos con las Flores de Bach, y nos gusta lo intuitivo, las terapias alternativas, etc. Ella no es psicóloga, pero está abierta al ser humano, dispuesta a ayudar, hace registros akashicos, y otras yerbas.
Volviendo al punto, si recibo un video de ella, me tomo el tiempo para verlo. Sé que puede ser interesante. Y así fue, esta historia, que me hizo emocionar hasta las lágrimas. Los soldados de ambos bandos, que en plena guerra, comienzan a cantar esa preciada canción de Navidad: «Noche de Paz», y que contagiados por el canto del otro, salen de sus trincheras y comparten regalos.
En ese momento pensé: «Y uno se enoja o se distancia por tantas pequeñeces». Me vino, de inmediato, el recuerdo de mi hermano. Y ahí nomás, todo lo que siempre me pareció un escollo, se disolvió como esa nieve de los cuentos de hadas.
Compartí el video con mis amigas más cercanas, al que te incluí a pesar de que la otra noche me ignoraste. O más bien, te escondite porque no te daba la cara por tu mentirilla.
No respondiste, era lo esperable. Pero, ¿sabés qué? Siento que ahora está todo liso. Somos libres, sin condiciones, sin estructuras ficticias.
Lo real es mi alma, aunque no estés preparado para hallarla.


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