sábado, 8 de diciembre de 2018

Ser respetuoso, es respetar a mi familia

Tengo sueño, pero no me puedo dormir. Quiero hablar con Sil, y no la ubico.
El I Ching otra vez me sorprende, del hexagrama 48, con líneas significativas 1, 2 y 6, se convierte en el 37. Y así fue.
Esta madrugada, el 8 de diciembre se sintió con todo.
Me pregunto porqué soy tan sensible en algunos momentos, y como alusiones desubicadas lo empañan todo. Me molesta, me indigna, y me sorprende. ¿Cómo no pueden darse cuenta, que lo más importante para una madre, son sus hijos? Y que le falten el respeto, que hagan comentarios incongruentes, por decirlo de forma elegante, me hiere.

Todo lo demás, un bombón, un dulce, una paz enorme.

Me preguntó mi edad, me hizo decirla. Él había mentido la suya. Me puso en un lugar incómodo. Porqué lo dije.

Hablamos un montón de cosas interesantes.

Sus gatas bellas, me acompañaron cuando me mudé al living. Es que la cosa venía con música de todas clases: tres bemoles, un grave y un agudo conformaban el compás de sus ronquidos, y una orquesta funcional fue la alarma de su celular que sonó en ocho ocasiones. En un momento, metí el teléfono en el cajón de los cubiertos, para no escucharlo.
En el sillón, me tapé con mi campera de viento. La felina blanca con rayas de tigresa, me hizo una ceremonia con sus mullidas patas, paseándose por mi alrededor. Hasta buscar un astuto lugar junto a mí.

Dormí como mucho una hora y media. Me duché, me puse su bata y me senté en el patio. Un cielo radiante enmarcaba mi alegría. Si tenía que describir ese momento, me sentía feliz. Lástima que se apañó más tarde con eso tan horrible que dijo, que luego la quiso arreglar aclarando que era un chiste.
Sentido común... ¿tanto escasea?



Recordando la canción de Divididos, «Dame un limón», que pasaba en la radio, eso fue lo que capturé de la heladera. Corté la mitad, y se lo agregué a un gran vaso de agua. Esa es la ventaja de una montaña de mimos: se me pasa el hambre.

Whatsapee con mis amigas, y entré a lavar unos vasos que copaban la pileta. Casi al finalizar la tarea, se despertó. Entre que yo no veía de lejos porque me había quitado los lentes de contacto, me sorprendió su voz. Algo dijo que me recordó a Diego, uno va con pie de plomo cuando está en casa ajena, con alguien que hace poco conoce. Dijo «¿Qué haces?», aunque creo que me descolocó el tono, y el no poder distinguir, por estar lejos y sin lentes, su rostro y sus gestos.
No sé, porqué vienen los fantasmas del pasado.

Después la charla se transformó en un rico café, pero si bien la pasaba súper, sentía que debía irme, que en algún punto, quizá él ya quería estar solo.
Pedí un uber, y colaboró para que no me saliera tan caro.
Le presté mi pulsera de lápiz lazuli. Se la di en el boliche, cuando sentí que quería darle algo. Un viejo rito que hacíamos con el amigo del novio de Mary, hace veinte años. Cada vez que nos veíamos en Ratos (un pub bailable) intercambiabamos collares, y a los dos o tres meses que nos volvíamos a encontrar, hacíamos la devolución. Eso lo hicimos durante un año y medio. Nos gustábamos mucho, pero yo sabía que él era un mujeriego terrible, y además estaba noviando.

Pasaron muchísimas cosas más esta noche, pero estoy sin dormir, y muchos de los detalles bellos, me los guardo.
Anoche lloré, luego reí. Y ahora a la distancia, veo las cosas con más frialdad.
Olvidé mencionar las partes cómicas, pero eso será más adelante. Hoy con este cansancio, el popurrí de anécdotas, viene medio desordenado.
Sin duda, nos conocemos de otras vidas. Ahora cerraré mis ojos, para ver las cosas más claras.

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