domingo, 9 de diciembre de 2018

Despidiendo el año

Hablé con Sil, larga cabalgata por teléfono. Devanamos teorías, para entender a estos hombres que nos atraviesan.
Fueron dos largos llamados, el primero interrumpido por su ex, que fue a buscar «puchero». Ni el hueso del osobuco le dieron. Le digo que los hombres expresan el amor a través del sexo. Y nos quedamos con una frase de él: «Vos seguí con tus miedos, que se te pasa la vida». ¡Cuánta razón tiene!

Tratamos de deducir porqué pasó lo que pasó, porqué ese comentario tan desafortunado. Después de tantos supuestos, asociación libre, por decirlo de alguna manera, quizá haya algo. Es tan difícil saberlo.

Al final ayer no dormí, no podía conciliar el sueño durante la tarde. Se hicieron las nueve, y la verdad que quería despedir el año como habíamos pactado con Gaby. Aunque lo había cancelado, ese mediodía, cuando estaba en compañía de las gatas que se preguntaban: «¿Quién es ésta?».
Sin mucho que pensar, salí en jet hacia la ducha, y uber mediante llegué al depto de Graciela. Nos pusimos al día con los últimos sucesos, muy por encima. Hay cosas que sólo con Sil hablo. Al rato, pasaron Flavio y Gabi a buscarnos, rumbo a San Isidro. Se cumplió nuestro pronóstico, es más, Graciela decía que parecía un club de lesvianas. Todas mujeres y jobatos. La cena, rica, aunque salteamos la entrada. Brindis a rolete, aunque yo lo hice con agua. Luego se armó el boliche, bailamos con desparpajo. Nos reímos de todo y de nada. A pesar de que sabían que no había dormido, el novio de Gaby, dijo: «Ely te ves muy relajada». Esas caras luminosas y risueñas, que te delatan.
Entrada la noche, apareció población masculina. Igual yo estaba dispuesta a irme apenas el conductor lo dijera, y él me gastaba: «¿Ya te querés rajar?».
Por suerte nos quedamos un rato porque encontré a un par de Dover.
Mark que se mudó a Alicante por una propuesta de trabajo. Dice que está enamorado de la ciudad. Es más, me sugiere irme a vivir con él a España. Me interroga si aún tengo su teléfono, y anota el mío en su celu. Quiere tomar un café en la semana. Ya conozco ese verso. Cuando fuimos hace un par de años, ni siquiera supo lo que es timing para transarte. Me bajé del auto, a tiempo. No pasó nada. Ni siquiera sabía cómo abordar con suavidad. Y a los desesperados, no me los banco. Somos amigos Mark, nada más. Tomaría el café con gusto si fuera para charlar, pero la caña no sólo es para eso, y no tengo ganas de estar esquivando los manotazos.
Tenerlo de amigo, de contacto, por si un día surge la idea de mudarnos, todo bien. Pero Juli tiene que terminar su carrera.
Luego, ya cuando partíamos, me encuentro al mejicano. En realidad, es salteño, pero es un personaje. Nos saludamos con un abrazo, y me murmura al oído: «¡Cómo te me escapaste!». Fue la última vez que fui a Dover, hace dos años. Luego de una semana de Whatsap, el operativo se canceló porque él dijo que jamás había usado un forro y que no estaba dispuesto a cuidarse. Hablamos un par de minutos, y se despidió con su típica frase: «Dame la boca». Me reí, y pensé que realmente no me interesaba cambiar el sabor a Fede. Le di un beso en el cachete, y salí porque los chicos me esperaban. Se atravesó otro sujeto: «¿Cómo es que te vas, cuando yo recién llego?». Los chicos se ponen mimosos cuando se acerca el alba.
Zarpamos en el auto, a mí se me cerraban los ojos.
Doce días es mucho, voy a extrañarte.

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