domingo, 23 de diciembre de 2018

Las cartas sobre la mesa

Todo te lleva hasta un lugar. Alguien te lo marca, es como una señal.
Siempre están esos pedidos, que enuncio en voz alta a la mañana, cuando voy atravesando el patio de mi casa lleno de flores y plantas. Desde que cierro la puerta roja, que así la he pintado por el Feng Shui, hasta que llego a la puerta de calle,  que es negra (aún no me he convencido de pintarla de colorado), lo voy diciendo en voz alta. «Madre te pido protección y equilibrio. Te entrego la casa, te entrego a Ponpón, te entrego a Julieta. Madre te pido asistencia para hacer bien mi trabajo, para ser justa y asertiva. Para no pelear con nadie, para llevarme bien con la gente. Para tener amigos, para adelgazar». Este último, es mi gran tema, por cierto.
Pues bien, el viernes se me acercó un fulano a hablar. Buen pibe (41), me quedé un rato largo charlando, hasta que mi compañera de boliche me envió un whatsap: «Estoy enfrente tuyo», le di un beso en la mejilla y partí. «¿Cómo... ya te vas?».

De esa conversación, algo me quedó flotando, porque el pibe era del barrio de Mataderos. Le comenté que hacía un año iba a Alco Liniers, y me dijo que él vivía cerca.
Al rato apareció en la pista, mencionó que no quería dejar solo a su amigo porque hacía poco se había peleado con la novia.
Más tarde lo crucé en la barra con su discípulo «deprimido». Tan mal no estaba si fue idea de él ir a la disco. Se acercó y me preguntó si ya me iba. Se ofreció a llevarme por tercera vez. Respuesta denegada al cubo.
En el desayuno, me quedé pensando: «Y yo que quiero adelgazar ¿por qué no vuelvo a Alco Liniers?». Y así fue, sábado a la tarde, estaba ahí. Es un lugar especial, porque mis compañeros lo hacen así. Recibimiento con alegría, ¡cuántas más cosas podría decir de este grupete! Gente cálida, gente que te entiende.
Entonces fuimos con Leo (uno de los coordinadores) y cinco mujeres más a un salón del fondo, sentados alrededor de una mesa. Nos dividen en diferentes grupos, según la etapa que nos corresponda.
Hablamos de todo lo que nos pasa, cuando queremos tapar lo que sentimos con comida. Yo escuchaba, y por dentro sentía que tenía que largarlo, que mi temor tenía que ser dicho, porque si no siempre iba a pasar lo mismo: bajar hasta un punto, y volver a engordar. «Siempre que llego a 69 kilos, me empiezo a boicotear. Por miedo. No tengo problema con el sexo, no tengo problemas con los hombres, pero tuve una relación que la pasé tan mal sentimentalmente, que cuando bajo de peso, y me empiezan a aparecer muchas propuestas, me asusto, y engordo para que se alejen».
Tema que hablé en terapia, con distintos terapeutas, y que no logro resolver. Por lo tanto, consideré que era importante confesarlo en el grupo. Porque es donde todo se pone en juego, nuestras grandes verdades.
Me dijeron que cuando llegue a 69 kilogramos, ellos iban a estar atentos para ayudarme.
También dije que me costaba pedir ayuda en el whatsap, porque me parecía una gran falsedad de mi parte, ya que cuando estaba dispuesta a transgredir, nada me importaba, ni escuchaba a nadie. Claro, son esos momentos en que lo emocional me afecta de tal modo, que estoy dispuesta a tirar todo por la borda.
Entonces Agustina, una compañera querida, que un día nos invitó a almorzar a su casa, me dijo: «Vos pedí ayuda en el chat, porque nunca pediste, y no sabés lo que puede pasar, ya que todavía no lo hiciste». Fue tan contundente, que me hizo como una vuelta de tuerca. No sé si lo voy a lograr, pero siento un cambio en mí, me estoy abriendo, me estoy mostrando con mi gente, y quizá así las cosas sucedan, y que no sean sólo sueños. Será que estoy despertando. La pesadilla terminó, y mi vida real, hermosa, auténtica, es ahora. Debo atreverme a decir, a no esconderme, porque alguien, en alguna parte del universo, me está buscando. Sólo debemos saber mirarnos y reconocernos.

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