miércoles, 12 de diciembre de 2018

Las aves trinan pero nadie las entiende

Quisiera hablar en clave, como cuando cantan los pájaros y se contestan, en la antena de mi terraza.
Para los humanos es sólo música, pero ellos estarán hablando de sus planes: hacia dónde van, cómo está el clima, si hay que arreglar el nido, o cuánto se aman.
Siento ese picor en el cuello y en el pecho, sé que tiene que ver con experimentar el rechazo. Aunque tomo Crab Apple, me planteo de algún modo, recurrir a terapia. O con Andrea, o con Andretta. No sé con quién. Y no tengo ganas.
¿De qué voy hablar? ¿De mis miedos, de lo que me asusta dejarme llevar por lo que siento? ¿O de que vivir, es confiar y dejar de tener miedo?

¡Qué bien haber ido al curso el lunes! Hace meses que lo vengo postergando. Me reí tanto, me hizo tan bien.
Cuando llegué y me senté en una de las tantas mesitas de la sala, donde había otra chica, y después se ubicó una tercera, vi que habías respondido mi audio. No lo escuché en ese momento, porque si decías algo que me lastimara, no quería ponerme mal, justo en ese momento, a punto de empezar la clase. Pero soy cobarde, porque aún no me atrevo a escucharlo.
No quiero exponerme. Aunque no me siento tan frágil, temo que se me  desarme esta aparente indiferencia. Si fuera más fría, sería más valiente.

Luego de la charla introductoria, «el profe» de la edad de Cristo, nos pidió que participaramos, exponiendo nuestras inquietudes. Para todas las dudas, hubo respuestas, acotadas de chistes, por lo que me reí casi la hora y media. Es que la clase tenía chispa, y mis compañeros eran muy ocurrentes.
«Y vos que no hablaste ¿querés hacer alguna pregunta?» era el clishé para dirigirse a los más mudos del grupo. Éramos más de treinta personas, decir de ambos sexos (me quedo corta) y de todas las edades. Sabía que en cualquier momento, me iba a tocar a mí. Y así fue.
Le planteé que si bien habitualmente no suele pasarme,  sentía que me iba a costar superar la vergüenza en este lugar. Como esto había sido planteado por otros alumnos, me respondió lo que ya había explicado: había técnicas para lograrlo.
Y me dijo: «Pasá, vení acá adelante». Me reí, le tiré un insulto, ya que iba a ser la primera en subir. Por suerte, invitó a tres compañeros más, que estuvieron junto a mí en el escenario.
Dio la consigna del juego: él iba a hacer una pregunta sobre cada uno de nosotros, y el resto, iba a responder o adivinar lo que les pareciera. Luego, al finalizar, cada uno de nosotros, iba a exponer las verdaderas respuestas, hiladas una a una, y sin querer ya habríamos hablado, casi sin darnos cuenta.
Las preguntas eran varias: edad, situación sentimental, porqué se anotó en el curso, etc. Entre algunas que recuerdo, surgieron estas:
«¿A qué se dedica?», «Peluquera» arriesgó uno, calculo que impactado por mi cabello. «¿Dónde va de vacaciones?», «Pinamar» dijo otro.
Y las preguntas fueron variando, así en ronda, a los cuatro que estábamos para practicar esta técnica.
Lo que más me llamó la atención, fue cuando preguntó:«¿Dónde vive?», y alguien arriesgó: «En Villa Crespo». ¿Acaso tenía tan presente ese lugar que se filtró telepaticamente? Así explicó Freud, que la comunicación inconsciente es directa, y la consciente indirecta.

Pienso en las aves cuando se acurrucan en su nido, además de abrigarse, y cobijarse ¿cuánto juega el afecto y cuánto el instinto?

No hay comentarios:

Publicar un comentario