jueves, 13 de diciembre de 2018

No es ajedrez, pero cuidado con las damas

Tengo que ir tranqui.
Cuidarme.
La reacción alérgica de ayer lo marca.
Hace un par de semanas me apareció este picor muy sutil, busqué en el libro, y era más que claro. Por el día que apareció, significaba  el rechazo que sentí. Pero pensé que con las Flores del Bach, y los libros que relacionan el significado de las enfermedades con las causas psicológicas, podía manejarlo.
Pero me doy cuenta que esto me excedió. Tengo que sanar tantas cosas, adentro, para que lo de afuera no me invada.

Las formas de ser o de expresarse de la gente, no tienen porqué ser las mías, y a la vez, aceptar  que los tiempos de los demás, no tienen porqué ser los míos.
Anoche cuando me aplicaron el corticoide y el antialérgico, la enfermera me explicó que éste último podía darme sueño. Así fue, luego entendí que en ese estado, poco te importa tu alrededor, porque estás como ensimismado.
No puedo juzgar, aunque lo hacemos.
No puedo dar lo mejor,  continuamente, sólo porque así lo siento. Primero, debo darme a mí misma,  y sobretodo protegerme.
La sensibilidad en esta época free, es algo, que tiene un costo muy caro.

Mi grupo de Whatsap de secundaria fue el que me apoyó anoche. 
Es que no tenía para llamar a nadie. No hay una pareja que me cuide. Mi hija estaba preparando sus exámenes. Mis padres son grandes, y con la enfermedad de mi madre, tienen para bastante.
Pero más allá de eso, estoy acostumbrada a arreglámerla sola. Recuerdo cuando me tuvieron que operar el chalazion del ojo. Mi padre pensó que mi novio me acompañaba. A él ni se le pasó por la cabeza, y yo que era tan inconsciente me iba al hospital sola. Menos mal que mi papá se enteró y me acompañó. Sola no podría haber vuelto. La anestesia me dejó muy sensible, sin contar que tenía un ojo tapado. A pesar, de que casi siempre chocamos con mi padre, él es incondicional, siempre está para todo.
Mis hermanos viven lejos, y ni se me cruza por la cabeza avisarles. Nuestro contacto es esporádico, pero vale.

Hace muchos años, en la época que vivía en el centro, tendría veinticinco años, un médico me indicó Dipirona, la clásica Novalgina, que muchos toman, y que en Estados Unidos está prohibida. Justo me había venido a visitar mi amigo, lo llamaré Tomás. Yo tenía gripe, y estaba en cama. Me alcanzó un vaso de agua y tomé los medicamentos. Cinco minutos después comencé a rascarme las manos, después otras partes del cuerpo, corrí a la ducha, me picaba todo, desde la cabeza hasta las plantas de los pies.
Tomás llamó a emergencias, inmediatamente llegó el médico. Me aplicó un decadron (de la marca del laboratorio en donde yo había tenido mi primer trabajo, como técnica química, en el departamento de microbiología). El doctor me explicó que gracias a que el antigripal contenía un antialérgico, me había salvado. Porque se me hubiera cerrado la glotis y ahí la respiración se corta.

Con Tomás nos habíamos conocido en la Facultad, en una carrera que ambos dejamos. Pero nuestra amistad era muy fuerte. Él conocía a mi novio, y yo a la suya. Íbamos a correr juntos por los parques, cerca de la zona de Avenida del Libertador y Tagle. A veces, se nos unía Germán, y en las tardes nos íbamos con los apuntes a esos grandes céspedes empinados, desde donde contemplábamos de lejos el pasar de los autos. Los árboles magníficos conocían todos nuestros secretos, nuestras risas, nuestras charlas, siempre se acoplaba alguien más. Muchas veces, terminábamos acostados en el pasto, tapándonos la cara con los textos, para que sol no nos encandilara.
Tiempo después, cuando yo dejé a mi novio, luego de siete años, y mi amiga de la infancia se alejó, más sentí su  apoyo y su fortaleza.
El recorrido de esas calles empedradas de French, que partía desde Anchorena, era lo más lindo hasta llegar al shopping (lugar donde desquitaba mi ansiedad comprando ropa con la tarjeta de crédito), y donde pasaba por su departamento. Teníamos una clave especial para tocar el timbre, bastante hiperactiva, larga y escandalosa, que nos permitía saber de antemano que éramos nosotros.
Tomás era mi oreja, reíamos y compartíamos momentos con otros amigos. Nos divertíamos mucho de lunes a viernes. Los fines de semana, cada uno partía para su casa, él a Lobos y yo a Merlo. Volvíamos en un pequeño tren que paraba en Haedo, luego en Merlo y terminaba en su pueblo. Todo era una gran coincidencia.

Pasado el tiempo, una noche intentó contarme algo que le pasaba con un amigo del gimnasio. Yo no estaba preparada para escuchar, no me di cuenta lo que él me quería decir, ni me lo imaginaba. Le corté menos diez, y le sugerí que no lo viera más, que se alejara. En ese tiempo yo era muy exigente con la vida, tenía ideas muy rígidas, aún no estudiaba psicología. Hubiera entendido si era gay, pero no me cabía la doble vida. Además, llevábamos varios años de amistad, y jamás me había dado cuenta de nada.
Muchos años después, me enteré que era bisexual. Tenía esposa, hijos y amante. Su mujer había aceptado compartir a su marido. Admitía esa relación para no perderlo. Esas cosas imposibles de asimilar.

Volviendo al tema, hoy desperté a las cinco y media de la mañana, y la piel me picaba otra vez, en la zona del chakra ocho. Busqué la crema, y me unté. Medité, en conexión con la Madre, y le pedí asistencia. Estaba otra vez entrando en un estado que me preocupaba, y quería detenerlo de inmediato. Logré calmarme, me relaje, y casi me quedé dormida. 
Antes que sonara el despertador, me levanté de la cama. Me sentía más aliviada, casi las manchas sobre mis clavículas habían desaparecido.
Fui a la cocina y mientras buscaba las cosas para el desayuno, sentí angustia y lloré. Me aflojé. Otra vez el pasado aparecía. Pensaba cuánto me costó el tiempo con Diego, cómo pude aguantar tanto. Me salvó mi hija, no iba a admitir vivir en un clima así, con ella. La traje al mundo, y era mi responsabilidad cuidarla, por sobre todas las cosas. Y así partí, con dolor, amándolo, a pesar de lo despiadado que era él conmigo.
Entonces, cuando mi piel se brota, siento que tiene que ver con el miedo a sufrir, a exponerme, a no poder manejar las cosas, a arriesgarme.

No todas las personas están preparadas para dar amor. Para brindarse.
Y hay señales que te hacen abrir los ojos. Dios te muestra todo, y a veces, no te gusta lo que ves. Esas preguntas y comentarios retorcidos, puedo deducir de dónde vienen. ¿Pero había esa necesidad? Es repugnante. 

Creer que uno se merece cariño, bondad, respeto, es indispensable.
Valorarse y quererse, tiene que ver con eso.
Espero usar el cerebro.
Y ojalá que sanes. 


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