viernes, 9 de enero de 2015

Dios sabe lo que necesitamos

Hace dos noches que ya casi no escribo porque cuando llega esta hora, me caigo de sueño. Es que no he dormido bien porque algo me ha desvelado estos días... y no son los hombres, por suerte. Vengo bastante invicta en ese aspecto (demasiado). 

El insomnio se fue esfumando cuando comprendí que no tengo que tomar ninguna decisión que no quiera, o de la que no tenga certeza. De todas formas, por lo que veo, o lo que me voy enterando, varios son los que irán los fines de semana, y no a mudarse definitivamente. Eso me alivianó un poco. En algún punto, me sentí presionada, sin quererlo, o más bien, sin que ellos lo pretendan. Por eso, somaticé tanto estos días, y tal vez también mi cabeza estuvo dispersa, que hasta dilataba ponerme a escribir.

Me llamó la atención que dos personas me contaran historias amorosas parecidas, ambas en crisis, es que es difícil compartir el amor.
Somos absolutistas en ese sentido, no sé porqué. Si es por un mandato cultural, si es por ego, o porque simplemente el psiquismo no lo tolera. 

Hemos ido al club después de una semana sin nado. Todo bien, el sol, el agua, los amigos, etc. Pero llegó un momento que tanta congestión, era mejor salirse que esquivar a la gente. Aunque no tenía que ver con eso, si no con la energía que palpo todo el tiempo, y me satura un poco. Es que hemos ido a la tarde, porque lo del sueño atrasado, no me ha permitido levantarme temprano. Pues, si te pasás de la hora, la pile queda destinada para la colonia, así que ya no tenés chance de ir hasta la tarde.

Me llaman del Estudio para hacer un psicodiagnóstico hoy mismo. Ya que el fulano venía de la costa, y se iba esta noche. Cuando me cuenta dónde vivía, le dije que había estado tratando de recordar hace días, un hotel en el que paraba hace diez años, y al instante el nombre salió de mi boca como por arte de magia. Nos pusimos a hablar y descubrí que el viaje no era tan caro, e incluso él conocía al dueño de este lugar donde pensaba hospedarme. Intercambiamos teléfonos para darnos una mano, por si me averiguaba otro lugar donde alojarme. A veces, parece que las cosas, sin querer, se van acomodando. Como le dije a Juli: A éste, me lo mandó Dios. Es que Él sabe siempre lo que necesitamos, si se lo hemos pedido previamente. 

En este sentido, pedir es la clave, ya que el Reino Angélico no tiene libre albedrío, nosotros sí, y ellos responden a nuestros pedidos, si son adecuados para nuestra evolución espiritual, serán concedidos, aunque los detalles -quién, cómo, etc- , de eso se ocupa el Universo. Por eso, muchas veces pedimos, y no nos damos cuenta que las cosas nos han llegado, tal vez no en el envase que esperábamos, pero lo tenemos enfrente, y no nos percatamos.



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