martes, 16 de diciembre de 2014

Comportamientos que arrastramos de otras vidas

Parece que se estuviera rebobinando el cassette... están apareciendo uno a uno los del pasado, porque ahora me escribe el de Lomas. 

De todas formas, muchas cosas me quedo pensando. Por ejemplo, Rami aparece en los momentos clave: la noche que conocí al de Lomas, me lo crucé un rato antes de que pudiera pasar algo. Y así fue, puse una excusa que me tenía que ir, y desaparecí. El patovica, como le digo yo (por lo inflado), no entendió nada. Bailar toda la noche para irse sin un beso siquiera. Y bueno, se lo perdió por lento. Bajé al baño, y cuando salí, ahí estaba Rami: gran planteo, celos, pequeña discusión y terminamos a los besos, como siempre.
Luego, este sábado Rami aparece justo cuando voy a darle el teléfono a alguien que no me interesaba, y que quizá por alguna razón, no debía dárselo. Como que justo en ese instante que algo no es bueno para mí, él aparece de la nada.

Pero algo más importante me hizo ver: que cuando alguien quiere estar con vos, está. Te busca, se acerca, te saluda, te saca a bailar, te llama, así sea sólo para hacer el amor y charlar, pero lo hace. No como el fulano conflictuado con el pasado que además de no buscarme, no responder a mis llamadas, ni contestar mis mensajes, se atrevió a pedirme, una noche, que no le escribiera más porque la descripción de una carta de Osho que había sacado en su nombre, era tan fuerte, tan certera, que no lo soportaba. 
Ahora, ¿tanto tuve que darme la cabeza contra la pared para darme cuenta de lo que es el rechazo?

En ese sentido, pienso que todavía no me deshago de cosas que traigo de otra vida, ya que se supone que cambiamos de sexo de una existencia a otra. Por lo tanto, mi comportamiento perseguidor es más masculino que femenino. Anoche reflexionando sobre esto, me daba cuenta del poder que tiene una mujer de hacerse esperar, de decidir mover la pelota cuando quiere, y detenerla con el pie observando adónde se va a dirigir, de la forma más canchera que un hábil jugador puede hacer. Es tan obvio esto, que hasta la metáfora masculina del fútbol me sale como ejemplo. 
Todo lo contrario de lo que yo hago, porque de alguna forma, soy tan activa siempre que no me banco el rol pasivo. Sin embargo, hoy lo entiendo. Como me decía Juli Sabés cómo se disfruta hacerse rogar. 

Por otro lado, él también trae cosas femeninas: en el pasado, hacerse cargo del hijo de su pareja como si él fuera la madre, tener tres ahijados y mirar las fotos de una manera muy maternal (esto es muy noble de su parte, no es una crítica, sino es entender porqué pasan estas cosas, así como no podía asistir a los cumpleaños de este niño porque el padre biológico no lo permitía, hasta ese rol pasivo de admitir quedarse en un segundo plano, en la sombra, como escondido, es muy del mundo femenino). Sumo a esto el hecho de no levantar el teléfono para llamar, esa posición pasiva, son cosas también de otra vida, comportamientos de los que uno no se puede deshacer. 
Por ejemplo, a mí no me gusta usar carteras, estoy siempre de pantalones, no me gustan los vestidos, detesto los compromisos, por ejemplo, jamás me casaría, odio ese tipo de papeles, aunque sí adoro el compromiso que se siente en cuanto al amor verdadero, pero no la formalidad de quedarme abrochada a alguien por todo ese papeleo.

Es como que Rami me ha hecho entender que quien quiera estar conmigo, va a estarlo, sin tener que yo esforzarme. 

Y también, comprendí, cuando estaba meditando el otro día, que este comportamiento más de cazador que de presa (como ser: perseguir, llamar, esforzarme, hacer, etc.) es una manera de control, de falta de aceptación, de capricho, y de orgullo que son formas en que el ego se manifiesta. Y el ego es nuestra propia oscuridad. Todas estas formas de comportarme las debo eliminar. Tengo que dejar de actuar así, porque me oscurece. Y así es... tanto me oscurece, que nadie me ve. 




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