lunes, 29 de diciembre de 2014

Festejo en el campo

Después de dos noches de salidas, hoy necesité meditar antes de despegar de la cama, si no, no podía encarar el día que me esperaba. 
Lo bueno que en la meditación me di cuenta que podía llegar al punto de encuentro por otro medio de transporte, y así contar con más tiempo. 

Luego la ducha para despabilarme, el bolso estaba hecho, vestirme con lo que ya sabía que iba a ponerme (pocas veces pasa esto) y arrancar hasta la esquina, y pescar el colectivo a tiempo. 
En doce minutos, ya estaba en las torres y toda una banda me estaba esperando. Nos repartirmos en tres autos y emprendimos el viaje por la ruta hasta Open Door, a un club de campo. 
Un desayuno nos esperaba como recibimiento, y lo hice bien light, sólo café y la punta de una medialuna. Ya que si no me cuido, no voy a seguir en carrera.

Luego caminamos y exploramos todos los sitios y rincones del lugar. Había caballos, ovejas, gansos (no como los de los sábados).

Después, jugamos un partido de pinpón que me divertí como hacía tiempo no lo hacía, morimos de risa. Yo Nadal, porque "nada" era lo que hacía, y Roxi, Del Potro, porque estaba fascinada con los que había acariciado y que comieron pasto de su mano. 

5 a 2, fue el resultado, a mí me tocó el doblete, y nos fuimos a comer asado. Eramos más de 20 personas, algunos los conozco más que otros. Ligué regalos de Navidad, una pulsera hermosa, azul y naranja, y un hornito de cerámica. 
Mi hermano llegó después del postre, la entrega de regalos y la foto grupal, porque tuvo que atender unos clientes, y como el año se termina lo que no se hace hoy, se cae del calendario. Así que comió a destiempo, pero se sumó al festejo, después de todo, es el jefe y creador de todo esto, menudo trabajo.

En la sobremesa, hablamos con el papá de Gabo, que resultó ser de La Pampa igual que mi padre. Mencionó las distintas ciudades, General Pico, que dice que no puede ir porque le duelen los recuerdos y cuando lo menciona le brillan los ojos, no puede contenerlo. 
Le digo que cuando visitamos Quemú Quemú, el año pasado, fue la primera vez que vi llorar a mi padre. Pues nos mostraba la casa de su infancia, la telefónica del pueblo donde tuvo su primer trabajo, las anécdotas con la Ford A cuando casi hacían caer a un carro, la estación de trenes, y tantos lugares, como esa quinta con la que se tuvo que hacer cargo con mi tío Lionel, con sólo 11 y 10 años, cuando mi abuelo los mandó allí, a vivir solos. Fue tanto el abandono que sintió, que con nosotros se volvió hipercuidadoso, y aunque es distante, él siempre está para todo. Si nos tiene que llevar al fin del mundo lo hace. Ahora que lo pienso, el flaco del sábado hizo algo así conmigo, porque no permitió que me fuera sola en colectivo, y se ocupó de abonar el taxi, para que llegara sana y salva.

Después de la charla, fuimos a nadar y a jugar con una pelota. Luego, mientras aún estábamos todos en la piscina, una de las chicas imitó a cada integrante del Estudio, hasta yo la ligué, eso que ya no trabajo adentro, sino que la piloteo desde afuera. Me he reído tanto con cada "squech" que no había más que decirle que se dedicara a la actuación, al menos como hobbie, y como descarga o cable a tierra.

Cuando estábamos por volver, descubrí que me habían hurtado de la mochila, una especie de monedero donde tenía la tarjeta para viajar en colectivo, entre otras cosas. Alguna de las mozas se lo llevó. Me fui un poco caliente, pero lo hice saber a una empleada y la dueña del lugar salió para notificarse. 
De todos modos tuve que irme corriendo, porque ya todos los coches se iban y me iba a quedar a pata en el medio del campo.

A la vuelta, íbamos con Gabo, Vicky y sus dos pequeños hijos de 8 y 6 años. En un momento, nos reímos porque se mezclaron los pensamientos de cada uno, en voz alta. Vicky hablaba de la pelea con el cuñado, Gabo pensando que dejaba de ir a José C. Paz a ver un cliente por acercarnos a Padua, la nena que explicaba que el café con leche caliente no le gustaba, el nene que no sé de qué opinaba, y yo que todavía absorta en el robo de mi billetera, dije fue en tal momento. Nos miramos con Gabo, que fue paciente mío, hace unos años, y nos sonreímos porque cada uno estaba en su mundo.

Llegamos a la estación, nos despedimos y al subir al bondi una mujer me sacó el pasaje con su tarjeta, y no quiso saber nada de aceptar el dinero del pasaje. Este mundo loco tiene esas cosas, gente que te quita y gente que te da, sin interés y genuinamente.

Al llegar a casa, abro la puerta y el silencio, pero a los cinco minutos llega mi hija, que ha pasado el día con sus amigas en el club.

Tengo que decirlo, ha sido un día hermoso, no sólo por el campo y la naturaleza, sino por compartir con gente del trabajo, en un ámbito distinto y conectándonos de otra manera. 

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