miércoles, 26 de noviembre de 2014

Más allá de la fachada

Hace un tiempo largo, anotaba en unas fichas, frases que me gustaban y que podía usar para la radio. Era el tiempo en que hacía "La perra verde", un programa con reportajes a la gente en la calle sobre sentimientos (aunque siempre había muchos toques de humor, por supuesto). 
En esa época yo salía al mundo nuevamente, luego de terminar una larga relación de siete años, y mis preguntas tenían que ver con eso, porque trataba de entender a esa sociedad tan distinta a la que había dejado. En una de esas fichas, recuerdo que había una que decía algo así:

"Estás inmovilizado cuando...
te privas de hacer algo que quieres"

Esta noche me identifiqué mucho con eso. Quería llamarte y no me animé por miedo al rechazo. Sólo quería chequear las flores de Bach, aunque ya me había metido en meditación para comprobar cuáles eran de todas las que había pensado.

Vuelvo a pensar en la cita de Brian Weiss de hace dos días, cuando los Espíritus Maestros dicen que el miedo no nos deja hacer aquello para lo que fuimos enviados, previamente a nuestra actual encarnación en el planeta.

Y mencionaban también que los problemas sólo están en la superficie, es decir, que si atravesamos esa cáscara que tenemos (nuestra superficie de protección), llegaríamos a nuestra esencia, donde somos puro amor, pura simpleza. 

Usamos ese escudo protector, donde se van marcando nuestros posibles problemas o temores a modo de tatuaje, y queremos quedarnos en esa superficie, para que no nos hieran. Esa capa superficial es el ego. 

No permitimos que nada avance, o profundice más allá de esa inscripción de tintura emocional, para que no nos descubran, para que no lleguen a nuestra vulnerabilidad. Así es que, de alguna manera nos bloqueamos, para que no nos lastimen adentro. 

Y no nos damos cuenta, que igual nos dañamos nosotros mismos cuando nos privamos de sentir, cuando no dejamos que el otro se acerque por temor a experimentar y sufrir, cuando frenamos nuestros deseos de hacer o decirle a alguien lo que queremos. 

Estamos llenos de pequeños antifaces para no demostrar nuestros sentimientos, porque no queremos que nadie nos descubra, porque hoy sentir parece ser cursi. 

Y por este pensamiento frívolo hoy el mundo está así: la gente se habla pero no se relaciona, no se conectan verdaderamente. Se privan de un encuentro verdadero, de un café lleno de palabras y verdades, y lo ocultan tras el ruido, la música y la cama. 
Con esto no estoy diciendo que no se puede hacer el amor, claro que hay que hacerlo, pero con amor, o con la semilla inicial de esto: el afecto, la sensibilidad, el cariño, el respeto.

Y la gente se muere de ganas de que lo acaricien de verdad, de que alguien los ame, los quiera a pesar de sus defectos, les diga que los necesita, que los extraña, que no quiere dejar de verlos.

Tenemos que recuperar esa sociedad, aunque lo hagamos de uno a uno, tenemos que reencontrar nuestros valores, nuestra dignidad humana, donde el valor primordial es el amor por el ser humano
(como así también por los animales y la naturaleza). 
Nos debemos esa asignatura, el amor como valor de la humanidad, es nuestra esencia. 

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